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El Telégrafo
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Fuera de Jardines del Salado hay cangrejos, celulares y huevos de codorniz

Fuera de Jardines del Salado hay cangrejos, celulares y huevos de codorniz
Foto: Néstor Espinosa / El Telégrafo
16 de noviembre de 2018 - 00:00 - Néstor Espinosa

La historia puede ser redundante, repetitiva. Las calles de Guayaquil y un gran sector de la población son redundantes, repetitivos. En la esquina de la calle de acceso a la cooperativa Jardines del Salado en su intersección con la avenida José Rodríguez Bonín, oeste de Guayaquil, hace cinco años la colombiana Amanda G. abrió una panadería.

Por ser colombiana la estigmatizaron con la muletilla de que las panaderías eran lavado de dinero, nadie veía, sin embargo, el esfuerzo de la mujer, quien trabajaba hasta 18 horas diarias para afianzar el negocio. Al poco tiempo, al frente abrió otra panadería, esta vez de chimboracenses, meses después otra más y recientemente inauguró una nueva. En media cuadra hoy hay cuatro panaderías, todos descubrieron -gracias a Amanda- que vender pan era buen negocio.

Un poco más afuera, sobre la acera de la Rodríguez Bonín florecen también otros negocios menos formales. El sitio se asemeja a una plaza de pueblo recóndito que cuando celebra sus fiestas patronales se satura de chinganas. Son las 17:20 del martes. La esquina del semáforo es un hervidero.

Los buses ruedan lentamente uno detrás de otro, parecen vagones de un largo tren, con un espacio menor a 50 cm entre ellos, por donde se escurren los peatones. El smog de los colectivos inunda todo. Ahí, a la intemperie, Antonio vende queso fresco, lo exhibe sobre un taburete sin ninguna protección.

“Queso manabita”, grita. Junto a él, una carreta ofrece pasteles de carne con salsa de cebolla y pepino, mayonesa y salsa de aguacate y, por supuesto, jugo de naranja con harto hielo. Más allá un gran fogón humea entre la gente que espera bus. Chuzos, carne en palito y alas de pollo bañadas con un aceite renegrido arden y se cocinan en la parrilla.

Al cruzar la calle, sobre la otra acera, está un mostrador de Tuenti, con dos vendedores que no dejan pasar un transeúnte, al lado una mesa repleta de cangrejos vivos y unos pasos más allá un gigante horno a gas eleva la temperatura de la ya caliente esquina.

María ofrece pan de yuca, amasado y horneado en el sitio. Confundida entre la multitud, otra señora vende humitas desde una mochila, tras de ella otra señora voltea la tripa mishqui en su pequeño fogón, mientras, que al otro extremo un anciano ofrece, sobre un banco rojo de plástico, caramelos y huevos de codorniz cocinados, con sal y pimienta al gusto. (I)

Foto: Néstor Espinosa / El Telégrafo

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