Resultó un poema ir al Registro Civil de Quito. En pocos minutos desfilan tantas historias, contadas a través de los gestos, la vestimenta, los apuros y los pacientes ciudadanos que pugnan por un documento que les otorgue identidad.

Es de aquellos lugares donde el turno propicia la igualdad entre personas de distintas clases sociales, pero que se asemejan en la espera de ser atendidos.

La dependencia ubicada en el casco comercial de la capital (Av. Amazonas y Naciones Unidas)  abre a las 08:00. Los usuarios corren en busca de información de cómo acceder a su cédula de ciudadanía, partida de nacimiento o hasta contraer matrimonio.

Un fornido guardia es la primera imagen que uno encuentra al ingresar a la planta baja del enorme edificio, para luego divisar cientos de sillas, unos tantos escritorios, unas cuatro pantallas que avisan los turnos y que de vez en cuando transmiten los logros del gobierno.

La señorita que da la información, y a la vez entrega con destreza los turnos, guía a los animosos y ávidos usuarios en lo que deben hacer en esa mañana.

En la sala de espera y una vez con el “pasaje a la atención”, era el C10, una bondadosa mujer y con ropa que denotaba elegancia y alcurnia se sentó junto a otra dama, igual de amistosa, pero con un atuendo más humilde que su ahora compañera de espera.

Esas “diferencias” de vestimenta no impidieron que ambas se encerraran en una entretenida conversación, hasta que la pantalla y un llamativo sonido hicieron que la elegante dama se despidiera con beso de su amiga de 30 minutos y pasara a ser atendida.        

Más allá una pareja hacía una urgente llamada a un amigo en común para que sirviera de testigo de su matrimonio. Mientras los invitados, unos con atuendos lujosos y otros no tanto, esperaban ansiosos por celebrar la boda civil.

Las historias iban y venían, como también los documentos, ciudadanos y turnos, que eran entregados en igualdad. (I)