La Casa de la Cultura Ecuatoriana no es un sitio seguro para caminar o simplemente estar. En sus corredores abiertos, sobre todo en los que dan hacia la avenida 12 de Octubre, hay espacios totalmente abandonados, sin iluminación ni seguridad, con las paredes sucias “decoradas” con estampas mal impresas de lo que parecen ser reproducciones de dibujos de Juan Agustín Guerrero.

En uno de esos oscuros y descuidados trechos, dos tipos aparecieron por detrás de una columna y me asaltaron con la amenaza de volarme los sesos si es que no les daba mi celular. Eran las tres de las tarde y ellos estaban en sus anchas, en un lugar público cercado que más bien parecía la trampa perfecta para cualquier robo. Sucedió el pasado miércoles, mientras caminaba distraído rumbo hacia las salas Joaquín Pinto y Pedro León, donde se exponía una retrospectiva de Estuardo Maldonado.

A 20 pasos de llegar a la entrada de las salas, los sujetos aparecieron abruptamente y, simulando tener un arma en sus bolsillos, me arrojaron contra la pared para quitarme el celular al rato que me amenazaban con dispararme. Luego, me dijeron que me diera la vuelta, caminara hacia un rincón aun más oscuro y me quedara ahí por diez minutos, hasta que ellos orondamente salieran del lugar.

No esperé ni 20 segundos cuando me di la vuelta y los vi cruzar la 12 de Octubre, rumbo hacia el Hospital Militar. Corrí hacia la entrada de las salas y le conté al guardia lo que me había pasado. Esto me respondió: “¿Por qué no se defendió? Son solo arranchadores”.

Sin ánimos de ofenderme o responderle salí hacia la avenida Patria para decirle a una policía metropolitana que me ayudara a buscarlos, que apenas habían escapado. Me dijo: “Eso lo hace la Policía Nacional, déjeme buscarlos”. El resto de la historia, como es previsible, fue una pérdida de tiempo. Por la noche me contaron que, ese mismo día, también habían asaltado a dos estudiantes en la Casa de la Cultura, un lugar al que llaman la “casa de todos”. Y lo es, sin reparo alguno. (O)