Ecuador, 19 de Abril de 2024
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El Telégrafo
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“Carlitos”, el popular de la zona del coliseo Julio César Hidalgo

En una soleada mañana de sábado, en el parterre donde comienza la calle Olmedo y al pie del tradicional Coliseo Julio César Hidalgo, en el centro de Quito, se encuentra una persona de baja estatura, vestida con zapatos montañeros, jean, camisa, chompa y gorra.

Se trata de “Carlitos”, el fregador, rodeado de tres personas y en medio de carcajadas. Junto a él una silla, un banco y una caja pequeña en donde tiene sus herramientas de trabajo: dos cajas de mentol Sikura, una pomada negra sin nombre y papel periódico recortado en piezas de aproximadamente 30 centímetros de largo por 12 de ancho.

De pronto le llega un cliente: un deportista lesionado quien se ubica en la silla. ¿Qué pasó?, dice “Carlitos”. El cliente le cuenta que jugando fútbol sufrió un golpe en su pie derecho. Con mucho cuidado comienza a tocar y apretar algunas partes del pie. “Es para ubicar el dolor y cerciorarme de que no haya fractura, porque de haberla yo como fregador no puedo hacer nada, tendría que ir al hospital”, dice.

Se trata de un esguince, una lesión común de estos jóvenes futbolistas, asegura “Carlitos”, quien le soba con mentol y luego le pone la pomada negra, que según dijo es “su secreto”.

Tras cerca de diez minutos de tratamiento, pregunta ¿trajo venda? La respuesta es negativa, por lo que pide que le entregue dos dólares a su “enfermero” (uno de los que le acompañaban al fregador), para que compre la venda, pero que sea elástica.

Pasan cinco minutos y el “enfermero” llega con el encargo. “Carlitos” envuelve el pie del paciente con periódicos, lo venda y le hace recomendaciones: descanso, no levantar objetos pesados, asistir por lo menos dos veces más a las sesiones de masajes y no mojar la parte afectada en las próximas 24 horas. Por este servicio le cobró $ 5, pero admite que cuando hay dolencias más complicadas cobra hasta $ 10.

Fines de semana es cuando tengo más trabajo, manifiesta “Carlitos”, mientras el “enfermero” le recuerda que dos de los cerca de diez ahijados del fregador están por llegar.

Sonríe y aclara que sus ahijados son personas de la zona, la mayoría sin empleo. “Amigos, a los que a veces los invito a almorzar”, dice.

En menos de una hora, saludó con cerca de 20 personas que pasaron por el lugar. “De mis 58 años de edad, más de la mitad he vivido en este sector y vivo de aquí a una cuadra, por esto todos me conocen”, afirma.

Los ahijados llegan y todos se dirigen hacia el mercado Central. “No se preocupen por mi consultorio, aquí todos me dan cuidando”,  enfatiza. Antes de despedirse, recuerda que a él lo encuentran de lunes a sábado de 08:30 a 17:00 y aclara que no tiene letrero ni secretaria, pero sí amigos. (I)

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