Lunes 24 de diciembre, los centros comerciales lucen atestados. Las personas, en lo que ya parece una regla preestablecida, dejan para el último día las compras navideñas. Hombres y mujeres cargados de paquetes se abren paso en medio de la marea que visita uno y otro local buscando el detalle para la pareja, el amigo, el pariente… para muchos es parte de esa locura comercial que rodea a la Navidad, aunque muchos otros lo que desean es simplemente obsequiarle algo a ese ser querido.
No se pueden quejar, están con aire acondicionado y todas las comodidades que ofrecen los malls de Guayaquil.
Mientras tanto, la situación es replicada en otros espacios comerciales más populares y menos glamorosos. La Bahía está a reventar, aquí también se consigue de todo, pero con la opción de regatear y hasta sacarle la yapa al vendedor.
Y en el sur, la avenida Raúl Clemente Huerta, partiendo desde la avenida 25 de Julio y a la altura del mercado municipal Las Esclusas, se convierte en un improvisado mercadillo donde los compradores retrasados hallan lo que necesitan para el regalo navideño. Ropa, juguetes, adornos, accesorios navideños, a precios módicos y para todos los gustos.
Aquí el aire acondicionado es la brisa nocturna que anuncia una llovizna que en breve caerá en ese sector, pero que no ahuyentará a los clientes. La multitud genera una pequeña congestión vehicular en el punto. Pero los conductores se muestran pacientes. Nadie pita, nadie grita ni vocifera improperios; todos entienden que es 24 de diciembre y para esos vendedores significa la oportunidad de ganar algunos dólares para, a su vez, llevarles un juguete a sus hijos.
Porque ya es Navidad, y el sentimiento embarga tanto a quienes departen en familia en medio de riquezas, en una lujosa casa de una urbanización privada en la vía a Samborondón; como a la familia que se cobija en una humilde vivienda de caña al pie del estero, y para la cual su riqueza es estar juntos. (O)