En el ambiente todavía resuena el eco de las risas, los brindis y la música que acompañaron el fin de año. En muchas casas, las familias se reunieron para despedir el 2018 con una opípara cena que fue el clímax de un mes caracterizado por los excesos alimenticios.

Y es que, ¿quién puede resistirse a los exquisitos bocados navideños, al pavo, al pernil, a los dulces, a los postres? Y así, el legado de fin de año para muchos (entre los cuales me incluyo) es tener unos kilos de más, algo que todos aceptamos entre risas pues sabemos que es el precio a pagar por esos momentos inolvidables rodeados de familiares y amigos. Ahora es el momento de las dietas y los ejercicios para perder esos kilos ganados y alistarse para la temporada playera.

Pero hay otro legado que es menos divertido y no tan fácil de subsanar. En las redes sociales se incrementaron los avisos de búsqueda de las mascotas que se extraviaron el 31 de diciembre y 1 de enero luego de huir asustadas a raíz de la pirotecnia. También abundan fotos de perros y gatos que han aparecido en distintos barrios en varias ciudades, desorientados debido a las explosiones y de los cuales se busca a sus dueños.

Páginas como DAE (Defensores de Animales Ecuador), Rescate Animal Ecuador y otras, muestran estos casos, que son el resultado del estruendo de la pólvora, los silbadores, los tumbacasas (que pese a estar prohibidos, son los acompañantes infaltables en todas las quemas de monigotes). Incluso, todavía se observan algunos juegos pirotécnicos que, de forma tardía, iluminan esporádicamente la noche guayaquileña.

Y no se puede olvidar la basura que aún se encuentra en algunos sitios. El pasado lunes, una joven que a diario acude al parque lineal de Kennedy Norte halló entre los árboles un globo de los deseos ya quemado. Al parecer este objeto, cuyo uso ya se ha hecho popular para despedir el año, aterrizó ahí y se consumió, por fortuna sin que se ocurriera un incendio. Este fue otro legado de Año Nuevo. (O)