El atardecer del tercer jueves de enero pasado pintaba diferente en la parroquia General Pedro J. Montero. Unas nubes grises presagiaban una fuerte lluvia. En ese momento, tipo 17:30, Stalin le dijo a su sobrina Romina: Pilas sobri, ya mismo para bañarnos bajo la lluvia. Sin dudarlo, ella respondió: Sí.

La lluvia comenzó a eso de las 18:10 y, como se preveía, comenzó fuerte, con esas gotas que parece que dañarían los techos de las casas. Sin perder tiempo, Stalin tomó su moto y en compañía de su pequeña sobrina comenzaron a recorrer las calles de la parroquia. No eran los únicos; otros niños, jóvenes y adultos también aprovecharon el momento para disfrutar de la lluvia.

Mientras unos niños corrían, otros junto a los jóvenes jugaban pelota en una de las calles, en cambio los adultos caminaban alegres, quizás porque recordaban que cuando eran niños hacían lo mismo que los chicos de ahora, pero en calles de tierra.

“Antes, en el Cuerpo de Bomberos había un inmenso chorro de agua, era el punto de encuentro de los muchachos. Era tan fuerte la caída del agua que nos hacía doler la cabeza, pero eso no nos importaba. Nos gustaba mucho”, le contó Stalin a su sobrina y ella respondió con admiración. La alegría en el rostro de Romina era indescriptible. Disfrutó cada vez que pasaban por las calles inundadas. “Tío, otra vez pasemos por ahí”, pedía.

Por momentos la lluvia bajaba su intensidad, pero volvía con más fuerza, y eso aumentaba la adrenalina de las personas que disfrutaban de ella. Algunos se bañaron bajo la lluvia por una hora, otros siguieron pasadas las 20:00. Stalin y Romina estuvieron en la cabecera parroquial por alrededor de 45 minutos.

Al llegar a casa, su emoción era incontenible y eso le transmitió a su mamá. En cambio Stalin dejó la moto, y aún con lluvia acudió a jugar pelota con sus amigos. Para él, “son momentos únicos e inolvidables que uno disfruta. Recuerdo lo que viví cuando era niño”. (I)