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Los niños pescadores del sector de El Cisne 2 de Guayaquil

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La tarde del sábado 1 de diciembre el sol pegó fuerte en los alrededores del estero Mogollón  (al sur de la ciudad). Desde la orilla de la calle Décima, zarpan pequeñas canoas que por 25 centavos cruzan a las personas hasta el barrio de  Nigeria, un sector en donde la mayoría de habitantes son afroecuatorianos.

El sitio es de mucho movimiento en la tardes porque muchas familias acuden a observar el estero Salado; y un puñado de niños se apresta a pescar jaibas.

Leonardo Mite, de 25 años, acude junto a 12 niños en busca de esta especie. Cuenta que los menores habitan en las zonas aledañas; y que  pescan en las aguas del estero solo por divertirse.

Manuel, de 12 años, cuenta que su jornada para pescar inicia a las 12:00, cuando acuden al mercado en busca de las agallas de pescado que botan los comerciantes. Dice que es la carnada ideal para las  jaibas. “Las agallas las amarramos a una  piedra y con una piola de trompo de más de 3 metros, las lanzamos al estero.  De ahí lo único que queda es esperar”. Manuel junto a cuatro amigos conversan a orillas del estero. Hablan de la escuela de lo que les enseñan los maestros. Hasta que uno se percata  de que la  piola se tiempla. Con mucha sagacidad se adentran con un gancho de alambre de un metro de largo. Miran a la jaiba que trata de cortar la carnada. Manuel con el gancho la agarra de una de sus patas y la levanta. Se arma una algazara. Todos corren con un balde para que Manuel la deposite ahí. Un minuto después pica otra la carnada. El procedimiento es el mismo. A las 18:00 el sol empieza a caer a raya. Los pequeños pescadores tienen en el balde más de 25 jaibas. Algunos se dedican a jugar índor antes de que caiga la noche, otros se bañan en el estero. Dice Mite que muchas veces sortean todo lo que pescaron entre ellos. Esta vez decidieron entregárselas a una señora que habita en Nigeria y que siempre les regala bollos. “Es un intercambio”, dice Manuel, mientras se apresta a regresar a su casa. (I) 

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