Golpea tan fuerte el balón que una nube de polvo amarillo invade el lugar. Los aficionados apilados al borde de la improvisada cancha se emocionan. Gritan... insultan al viento, se agarran del cabello. “Vamos, todos arriba”, dice un anciano que le apostó a uno de los equipos que están en la disputa.

Los espectadores tienen una lucha aparte. Los jugadores corren la cancha, se enfrenta entre sí, se golpean, se empujan, y, de vez en cuando, hasta se lesionan, cuando el encuentro es reñido.

Quienes juegan en esta improvisada y polvorienta cancha del Batallón del Suburbio (suroeste de Guayaquil) son futbolistas aficionados que no han tenido la oportunidad de ser profesionales y otros que llegaron a la liga de privilegios que por sus edades, ya algo avanzadas, se ejercitan de forma “criolla”.

Vinicio Morocho, de 68 años, habita en la 44 y la K. Cuenta que todos los sábados en la noche va a mirar los partidos. Dice que se realizan apuestas y que existen equipos que hasta tienen hinchada propia, más allá de que se trata de un campeonato barrial.

Eso lo corrobora Rosario Andrade, quien acude con sus 4 hijos y sus hermanos a hacerle barra a su esposo, Joselito Perlaza. Él juega en un equipo del conocido barrio chino, cerca del mismo Batallón del Suburbio.

Andrade asegura que ese grupo de jugadores que integra su esposo no son profesionales pero que tienen mucha técnica en los pies.

Perlaza, que ahora tiene 39 años, se probó en las formativas de Barcelona y Emelec, pero aunque tenía dominio de balón un golpe lo alejó de las canchas. Tiene una desviación en la columna y eso generó su prematuro retiro a los 21 años.

Mientras el balón sigue rodando el griterío de la gente se confunde con el de los vendedores. Un sábado en la noche este sitio se convierte en una fiesta. Así lo reconoce Mariano Vélez, quien vende jugo de naranja. “Es un estadio popular con aficionados que juegan bien”. (I)