Ecuador, 19 de Abril de 2024
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El Telégrafo
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Crónicas a pie

En el centro de Guayaquil las calles y veredas tienen dueño

Es sábado de noche y en las calles Panamá y Padre Aguirre, en un conocido bar rock and roll de Guayaquil, habrá un concierto. Falta hora y media y los metaleros y punkeros -esos que llevan tatuada hasta la nuca y el cabello en forma de púas- ya son masa.

En la esquina, un grupo de cuatro liba y comparte un cigarro. Hay ambiente, ahora solo queda aparcar. El primer intento es en una esquina, pero al llegar a un espacio vacío aparece el ‘cuidacarros’, uno de esos dueños de la calle que con chaleco y franela en mano detienen el tráfico y cambian el sentido de las vías.

“No se puede parquear aquí, ‘mijo’; por aquí subo los carros a la vereda”, dice la señora gorda, petisa, morena y de ojos achinados. “¿No se me lleva el carro la ATM?”, pregunta alguien que acaba de aparcar. “No se preocupe que yo soy la ATM”, responde la mujer con una sonrisa cínica. “Bueno, pues, ¿va a parquear o no?, son ‘dos dólar’ hasta las dos”, dice mientras entrega un papel que indica que no se responsabiliza por robos. No nos inspira confianza.

Mientras nos alejamos se ahogan las tonadas de una canción de AC/DC. “¡Too many women and too many pills, yeah!”, reza la melodía. Ahora cruzamos Panamá y Tomás Martínez, la calle de las salsotecas, donde los hombres visten decoraciones tropicales, las mujeres trajes cortos, muy cortos, y la música suena “esta rumba va sola, ¡ay!, va sola, ¡ay!, va sola”. Aquí nos encara un hombre negro, de voz ronca y caminar sospechoso. “Son ‘4 dólar’ hasta las 2”,  dice, pero ante el reclamo por la tarifa murmura “paga lo que quieras, pero algo le puede pasar al carro”, más en tono de amenaza que de advertencia.

La otra opción está al pie de un night club, pero con la excusa de que “alguien puede decirle a mi mujer que ando ‘chongueando’”, el conductor se niega.

Volvemos al bar justo cuando pasaba una patrulla de tránsito, la señora petisa se lleva la mano a la frente y se cuadra como saludando a un superior, mientras la camioneta pasa ignorando todo. “Ya ve, yo soy la ATM”, repite y vuelve a preguntar “¿va a parquear o no?”. Decidimos parquear ahí, sobre la vereda, a 2 dólares hasta las dos, porque en el centro la calle tiene dueño y la ATM te cuida el carro. (I)

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