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El Telégrafo
Juan Carlos Morales

Urkumantami kani

17 de octubre de 2019 - 00:00

Quitando las telarañas de las narrativas de los medios, incluidas las redes, hay un hecho: la cadena nacional donde negociaron los pueblos originarios y el Gobierno sobre el Decreto 883 (solo un detonante).

Antes la institucionalidad presentó en un enlace a la milicia, el domingo los representantes amazónicos hicieron lo propio, usando sus penachos y pinturas en la cara, hombres y mujeres, en una muestra también de una posición hostil. El resto estaba con sus ponchos rojos y una memoria de levantamientos de siglos y sus muertos.

Fue más que una disputa entre campo-ciudad, mundos indígena-blanco-mestizo, centro-periferia, civilización-barbarie (qué mismo es el desarrollo, cabe preguntarse), clases sociales, élites representadas, pueblo llano o poscolonialidad…

Se trató del enfrentamiento de dos cosmovisiones: comunitaria andina frente a la individual occidental, que al no ser resueltas han producido a lo largo de nuestra historia racismo, exclusión, pobreza, regionalismo, a tal punto que Ecuador, y hay que decirlo fuerte y claro, vive una suerte de apartheid disimulado a lo largo de siglos, que se hizo más evidente en el cierre del puente, curiosamente llamado de la Unidad Nacional, en Guayaquil.

Basta leer los libros del sudafricano y Premio Nobel de Literatura John Maxwell Coetzee, como Esperando a los bárbaros, para advertir esa realidad, aquí en el país de los cuatro mundos, y comprobar que los indígenas (nativos significa y proviene del latín) -como eufemísticamente los llamamos para no decirles indios- no solo deberían quedarse en el páramo, donde irónicamente protegen el agua que toman los mishos.

A diferencia de Paraguay donde todos saben guaraní, acá ni siquiera hablamos quichua. Desconocemos sus principios: Ama killa, Ama llulla, Ama shuwa (No ser ocioso, no ser mentiroso, no ser ladrón). Peor Urkumantami kani (Soy del páramo).

Juan Montalvo dijo que un día contaría la historia del “indio” y haría llorar al mundo. Nunca lo hizo. Murió en París escribiendo Los capítulos que se le olvidaron a Cervantes. Shuk shunkulla, que seamos como un solo corazón, nos dicen. Nunca los hemos escuchado. (O)

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