La Universidad se origina hace varios siglos, en épocas diferentes cuando jugaron roles fundamentales sabios africanos, árabes, musulmanes y modernamente europeos. Como institución social por antonomasia, la Universidad goza de una importante credibilidad.
Actualmente enfrenta retos para fortalecer su papel frente a la sociedad, por ejemplo, a través del uso de tecnologías como instrumentos modernos para difundir saberes especializados y cumplir su misión, pero esto no debe trastocar su esencia.
La Universidad auténtica se sustenta en comunidades de docentes, estudiantes y trabajadores, busca sobre todo generar conocimiento multidisciplinario a través de investigación e intercambio de ideas; trata de resolver enormes retos vinculada a la colectividad. Su campus es como un santuario del pensamiento, en sus facultades y escuelas ocurre el encuentro plural de voces y posiciones dirigidas al cultivo de las diversas ciencias y ramas del saber, con mirada crítica.
Los títulos que expide cuentan con el respaldo de una institución real que funciona gracias a ingentes recursos económicos y a la pujanza de sus propias comunidades.
Últimamente han proliferado organizaciones privadas diversas, que a título de “universidad” ofertan en varios países del mundo, entre ellos el nuestro, propuestas de formación virtual con uso intensivo de tecnologías, no invierten en sedes, carecen de comunidades académicas y muchas veces escapan a controles oficiales similares a los que obligan a las universidades verdaderas, de tal forma que funcionan con ventaja.
Usualmente, aquellas organizaciones encarnan negocio puro y duro sin garantizar alto nivel académico, por lo cual sus títulos carecerían de valor significativo. Son personas jurídicas que parasitan de las verdaderas casas de estudios superiores, que son las que paradójicamente forman mayoritariamente a sus docentes. Para cuidar a los estudiantes y al futuro del país defendamos a la universidad verdadera. (O)
