La pandemia que nos mantiene en vilo, a muchos enclaustrados en las casas, a todos o a casi todos usando mascarillas y tratando de mantener un distanciamiento social, ha afectado fundamentalmente a las mujeres, y no hablamos en esta oportunidad de contagio, sino de oportunidades laborales, de aquellas que aparecen cada vez como más esquivas en esta época de recesión.

El hecho de que los niños estén en casa, recibiendo clases a distancia, está significando que muchas madres de familia no puedan retornar a sus trabajos, porque los niños no tienen con quien quedarse.

Las guarderías no funcionan, los padres se han incorporado al mercado laboral y las madres son las que asumen la mayor parte de las tareas hogareñas. También sabemos que en los puestos más delicados del trabajo hospitalario, por ejemplo enfermeras y ayudantes de enfermería, la mayor parte son mujeres y están en esa primera línea de posibilidad de contagio y de quebrantos en su salud.

Si a esto se suma el que la deserción escolar pone en serio riesgo el que sean las niñas las que más fácilmente prescinden de la vuelta a clases, tanto por la situación económica como por el acceso a la tecnología, el panorama es sumamente grave y tendremos un retroceso muy serio en la igualdad que tanto hemos luchado por conseguir, porque el acceso a la educación es la principal herramienta en la búsqueda de igualdad de oportunidades.

Sabemos, por otra parte, que los casos de violencia doméstica se han incrementado durante las cuarentenas y períodos de aislamiento, lo que sigue transformando a la casa como el lugar más peligroso para las mujeres y los niños.

Por ello se hacen tan necesarias las políticas públicas que miren estas situaciones y que tomen las medidas para evitar el que sean las niñas y las mujeres en general las mayores víctimas de la pandemia. (O)