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El Telégrafo
Mónica Mancero Acosta

Fuimos un puñado

10 de marzo de 2018 - 00:00

Algo cansada, luego de la marcha del 8, escribo este artículo desde mis propias impresiones, y después de revisar brevemente las redes. Hoy pude observar que las marchas se están convirtiendo no solo en sitio de consignas feministas y de rechazo a la opresión, sino también en un espacio de denuncia por los feminicidios.

Antes, porque no se nombraba o no se tipificaba no era frecuente la asistencia, como hoy, de familiares y amigos de mujeres asesinadas a manos de sus parejas. Una marcha por el duelo y esos testimonios que reclaman justicia y que se enfrentan a la impunidad estuvieron presentes.

Hubo una generación joven, muchachas armadas de tambores, pitos, megáfonos, carteles y con discursos radicales daban el ritmo y el paso a la marcha. También había hombres, apoyando y reportando la marcha. Y, por supuesto, las activistas de siempre, aquellas de una lucha histórica, a quienes reconocemos mucho de lo que hoy tenemos.

Sin embargo, con cierta envidia vi la dimensión de la marcha de Madrid, de Barcelona, de Tokio y aun la de Turquía. Allá fueron cientos de miles, acá apenas un puñado. Creo que no hubo mayor diferencia en la marcha de Guayaquil o de Cuenca, en relación con la de Quito. Aunque acá se fragmentaron en varias marchas lo que muestra que el activismo feminista también lo está. Peor aún cuando se convocó a una marcha paralela contra la corrupción.

La marcha de las mujeres amazónicas en el Puyo fue sin duda lo más esperanzador de la jornada, ellas marcharon en defensa de sus territorios y de la vida; una gran lección. Habríamos esperado que desde la Asamblea se hubiera tramitado la despenalización del aborto por violación, pero era mucho pedir a un espacio que nos avergüenza porque se encuentran entrampados en disputas bochornosas.

Hubo gestos interesantes, en los medios públicos se abrieron espacios para las mujeres, en pocas universidades se organizaron foros de debate sobre la situación de las mujeres. A pesar de todas estas señales debemos reconocer que fuimos apenas un puñado, que solo se paralizaron muy contadas instituciones o áreas de las mismas y que no hemos conseguido interpelar a una sociedad que ve con pasividad, no solo cómo continúa la discriminación, sino también la propia muerte de mujeres. (O)

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