Primero bajamos de los árboles, después salimos de África. La historia de la humanidad es una sucesión de éxodos. El más célebre de ellos sucedió hace 3.500 años, según relata el ‘best-seller’ de todos los tiempos: la Biblia. La nación que protagonizó ese éxodo existe todavía y recuerda el suceso cada primavera, durante la Pascua. Pero el pueblo hebreo no tiene la patente de la migración. España, por ejemplo, ha enviado (de a buenas o de a malas) a sus hijos a todos los rincones del mundo. En 1492, en suelo hispánico, hubo tres éxodos.
Los Reyes Católicos expulsaron a los judíos de su territorio, aunque muchos descendientes de aquellos expulsados siguen hablando el español del siglo XV, en Israel y en Turquía. Cuando esos hebreos se fueron, dijeron así: “La ida esta en mi mano, la vinida no se kuando”.
Esta habla es hoy otro idioma: el judeoespañol, ladino o sefardí. También en 1492 cayó el último reino musulmán en Iberia: Granada. Los musulmanes españoles empezaron a irse siete años después, cuando se acabó la tolerancia católica. Pero ellos no han conservado nuestra lengua; en parte, porque quizá nunca la tuvieron.
En Marruecos, adonde fue la mayor parte de los que se negaron a convertirse al cristianismo, unos siguieron hablando árabe y los que hablaban castellano, adoptaron el árabe. En 1492 también empezó la mayor emigración española de la Historia, la cual ya ha durado 500 años y no se detiene: hacia América. Sucesivas oleadas llegaron, inicialmente al Caribe y después a todo el continente americano. Primero vinieron solo hombres armados y forzaron el mestizaje, luego vinieron algunas mujeres.
Entre los españoles que emigraron a América, hubo varios judíos conversos. Como solo podían pasar a las Indias los cristianos viejos (no viejos en edad, sino de familias cristianas de hace siglos y no recién convertidos), estos cristianos nuevos eran inmigrantes ilegales, predecesores en 500 años de los “camisas mojadas” que pasan de México a Estados Unidos. (O)
