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El Telégrafo

El peor de los daños y el mejor de los remedios

05 de junio de 2012

Si de modo imparcial y verídico se hiciera un análisis cualitativo de los gobiernos nacionales presididos por cabecillas de inferior calidad y coroneles de broma, quedaría demostrado el peor de los daños  causados a la nacionalidad ecuatoriana: lograr que en centenas de miles de compatriotas se apague el interés por el manejo y destino de la cosa pública. 

En la juventud de escasos recursos, sin profesión ni oficio, apareció un  síndrome de rigidez mental y disminución de las funciones  intelectuales, acompañado de un aire de indiferencia, que los obligó a marcharse hacia los engañosos espejismos de la  emigración.

Mientras ecuatorianos con talento y virtud abandonaban el país, derrotados sin haber tenido oportunidad de pelear, los coreutas de quienes infamaron la condición de Presidente de la  República vivían días de esplendor en condiciones muy diferentes. Por generación espontánea se  convirtieron en nuevos ricos. 

Hoy las cosas están cambiando, y seguirán cambiando. Ningún aturdido,  con discursos traídos y llevados, tiene la tenacidad, la audacia, la preparación intelectual y el calor de la esperanza, para enfrentar y detener el cambio de estructuras de la sociedad ecuatoriana, que el presidente Rafael Correa ha iniciado.

Con la rendición de cuentas que él hace en sus enlaces sabatinos, ha logrado que los ecuatorianos desarrollen esa cualidad de percibir íntima e instantáneamente una idea o verdad, como si la tuvieran a la vista. Por ello, hoy el pueblo entiende y decide la reelección como único modo de  garantizar la continuidad del proyecto de gobierno eficiente, creíble y solidario.

La filosofía política que mantiene y sustenta la acción de gobierno de Rafael Vicente Correa Delgado está más ligada a la filosofía práctica que a la  filosofía teórica. Está dirigida exclusivamente al campo del accionar humano y preocupada por la justicia, el buen vivir y  la paz.

Él no  está dedicado a diseñar una república ideal. Su punto de partida es considerar al Ecuador tal cual es y cómo está. Y sobre todo, tiene muy claro, y muy afianzado, que la meta con la cual se legitima la política es, exclusivamente, el bien común. 

La campaña sucia ya empezó. No contra Rafael Vicente Correa Delgado, porque nadie hay tan irreflexivo que se atreva a tanto riesgo. El ataque sistemático es y será contra sus cercanos colaboradores. Y ninguno  estará a salvo si no  hacen prevalecer los derechos que les asisten.

“Ya sabrán los aludidos defenderse”, expresó el sábado pasado el compañero presidente Correa, porque así lo exige el pundonor de quienes procedemos resueltos y desembarazados, felices de estar cobijados bajo el sacratísimo manto de la Revolución Ciudadana. 

La  heterogénea oposición al Gobierno Nacional evade el rol que debería cumplir. Como no sabe pelear, jamás  recurre  al ingenio, a la ironía o a la contundencia de la verdad demostrada en el momento oportuno. Sus muy rústicas herramientas solamente son el escarnio, el agravio  y el ultraje.

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