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El Telégrafo
Sebastián Endara

El discurso inaugural

27 de mayo de 2021 - 00:00

Fina Birulés, hablando de la obra de Hannah Arendt, afirma que la acción de los seres humanos sólo es política si va acompañada de la palabra, es decir del discurso, porque en la medida de nuestras diferencias, sólo podemos experimentar el mundo común en el habla y desde el habla que da significación a la praxis. La palabra (lexis) es una suerte de acción, como una vía para conferir sentido al mundo y para decir nuestra responsabilidad con respecto a él.

Parto señalando esto para rescatar teóricamente lo que antes se conocía como “el valor de la palabra”, que confería brillo y una perspectiva trascendente a la actividad política, y que la conectaba directamente con la ética, la honorabilidad y la confianza, elementos esenciales para la construcción de la democracia, que como sabemos ocurre en el diálogo y en las narrativas que sostienen el aparecimiento del mundo, y desde luego, del proyecto republicano que, desde la perspectiva del presidente Lasso, no ha podido completarse precisamente por los gobernantes políticos. Es decir, un político que parte cuestionando a los representantes políticos que históricamente no han estado a la altura de un proyecto democrático.

Para ello se cuestiona el poder y se convoca al pueblo. Romper el círculo vicioso del autoritarismo implica sentar los límites de la representación y comprometerse a escuchar. Pero como Ergert manifestó siglos atrás, la ilustración es el primer derecho del pueblo en una democracia, así como la posibilidad de su participación y elección autónoma.

Si como dice el presidente Lasso, la política es un deseo fundamental de los ciudadanos por contribuir al bien común, esa idea que “recobra la democracia” debe partir por el afianzamiento y el fomento de una cultura política que impida el retorno del totalitarismo populista. Solo ahí tiene sentido la idea de la concurrencia democrática y de la unidad sin obsecuencias. La cultura del diálogo, la recuperación parlamentaria en todos los niveles se debe asentar en la organización social: el espacio natural de la reactivación civil.

Estamos de acuerdo en que la actividad política es una manera de revelarse ante el destino y un instrumento colectivo para dominar la adversidad. El compromiso debe entonces partir de la posibilidad de existencia de ese protagonista libre que no surge espontáneamente sino como el producto de la realización de la conciencia, otro punto de encuentro fundamental.

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