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El Telégrafo
Juan Carlos Morales

La ciudad del gallo de oro

07 de noviembre de 2019 - 00:00

Más allá de la nomenclatura, las vías de una ciudad tienen múltiples historias. Basta leer el prólogo del libro de Ítalo Calvino, para comprobar esa realidad: “En Las ciudades invisibles no se encuentran ciudades reconocibles. Son todas inventadas; he dado a cada una un nombre de mujer; el libro consta de capítulos breves, cada uno de los cuales debería servir de punto de partida de una reflexión válida para cualquier ciudad o para la ciudad en general”.

Una de las urbes más portentosas, reseñada en el texto, aparece: “Partiendo de allá y caminando tres jornadas hacia levante, el hombre se encuentra en Diomira, ciudad con sesenta cúpulas de plata, estatuas en bronce de todos los dioses, calles pavimentadas de estaño, un teatro de cristal, un gallo de oro, que canta todas las mañanas sobre una torre”.

Así, en cada calle los pasos de los siglos juegan jugarretas. En la capital del país, aún los personajes de otros siglos se confunden con el presente y también tiene un gallo en una iglesia. Aquí, una evocación de la calle Espejo, parte del libro Quito: las calles de su historia, editado por Trama, de quien suscribe:

“Eugenio de Santa Cruz y Espejo caminaba por esta senda, meditando sobre las ideas independentistas, con influjo de la Ilustración. Venía visitando enfermos del Hospital de la Misericordia de Nuestro Señor Jesucristo, donde investigó la viruela para combatirla o los beneficios de la quinina, mientras algunos le increpaban su ascendencia indígena de Cajamarca o el recuerdo de su madre, una mulata quiteña. Su apodo era Chusig que en quichua significa búho. Espejo iluminó a los próceres de la Real Audiencia con el periódico Primicias de la Cultura de Quito.

Cuando el doctor Espejo, de veinte años, pasaba por esta senda aún se llamaba calle del Chorro. Poco después de escribir su libro “La ciencia blancardina” se llamó calle del Cuartel. Fue una ironía porque allí fue encerrado el patriota más inminente del siglo XVIII. Murió a los 48 años poco después de ser liberado. El primer periodista del futuro Ecuador había encendido con sus palabras la antorcha de la Libertad”. (O)

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