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El Telégrafo
 Juan Carlos Morales. Escritor y periodista ecuatoriano

Beppo, el gato de Borges

04 de abril de 2019 - 00:00

De los animales, más allá del curioso ornitorrinco que creyeron que era una fábula hasta el siglo XVIII, hasta los míticos dragones, hay unos intrigantes: los gatos. Acaso porque aún conservan esa salvaje independencia después de milenios de vivir con los humanos e incluso ser honrados y momificados por los egipcios, quienes se deslumbraron por los cultos a la muerte.

Hay felinos para todos los gustos. Desde el famoso gato gruñón Grumpy -aunque padece enanismo gatuno y por eso de su cara- hasta el reciente minino birmano Choupette que acaba de heredar una fortuna de $ 170 millones, de su amo Karl Lagerfeld, del mundo de la moda; hasta el gato Beppo de Borges, nombrado así en honor a Lord Byron, a quien le hizo un poema: “El gato blanco y célibe se mira / en la lúcida luna del espejo / y no puede saber que esa blancura / y esos ojos de oro que no ha visto / nunca en la casa, son su propia imagen”.

Todo esto viene a cuento porque tengo en mis manos las pruebas de imprenta de una diablura: Gatos y haikus, una antología. Aquí un fragmento. Los gatos son misteriosos. El haiku nipón es como un rayo. Estos pequeños tigres son indolentes. El haiku, como nos recuerda Roland Barthes, es un rasguño de luz. Kobayashi Issa así lo entendió: “Un gato errante / dormido en las rodillas / del gran Buda”. En el siglo XVII, en Japón, el gato Maneki Neko, al llamar con su mano a un señor feudal que se había cobijado bajo un árbol, evitó que le cayera un rayo. De allí, nació la buena suerte y, acaso, su independencia.

Borges decía que el haiku fija en pocas sílabas un instante, un eco, un éxtasis. Así también son los gatos, un día están y otros no. Pero como el poema, están en la memoria como un leve arañazo al descuido. Hay que dejarlos que se acerquen cuando quieran, siendo uno feliz con su felicidad, como acotaba Cortázar.

Aquí uno de los poemas de Natsume Soseki, del dorado siglo XVIII: “Desde un sombrío / fondo de enredadera / ¡Ojos de gato!”. Por cierto, Borges tenía otro gato que se llamaba Odín, llamado así en recuerdo del dios nórdico. (O)

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