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El Telégrafo
Ramiro Díez

Historias de la vida y del ajedrez

Pocos, como este personaje

04 de febrero de 2018 - 00:00

Para empezar, la casa de este niño en esa ciudad imperial era llamada “El Gran Palacio” y allí había 7 pianos de cola. Su padre era uno de los hombres más adinerados del mundo, con monopolios colosales en varios continentes, y decidió que su hijo jamás iría a la escuela para que no se contaminara con ideas de la aristocracia decadente. Esto sucedía en Viena a finales del siglo XIX.

El niño se llamaba Ludwig Wittgenstein y después sus sueños lo llevaron por la matemática y la filosofía, pero el mundo decidió algo distinto: estalló la Primera Guerra Mundial y Ludwig, hijo de uno de los hombres más acaudalado del mundo, participó como soldado raso.

Y aunque la filosofía también es campo de encarnizadas batallas, en términos prácticos, la realidad es peor. Con otros trescientos mil austríacos, Ludwig también cayó prisionero de los italianos. En el campo de concentración, en poco tiempo casi la mitad había muerto de tifoidea y otras enfermedades.

Su familia, que con la guerra se había enriquecido aún mucho más, ofreció una cifra imposible de imaginar por la libertad de Lwdwig. El gobierno italiano aceptó, ordenó su libertad y Ludwig declaró: “No abandonaré a ningún compañero. Seré el último en salir de aquí”. Y salió de último, a pesar de ser en ese momento el heredero más rico del mundo.

Terminó la guerra y Ludwig Wittgenstein viajó a Inglaterra. Entonces renunció a toda su fortuna familiar y decidió vivir allí con su precario sueldo de maestro en alguna escuela.

Y un día se fue de este mundo y dejó, como lección, toda la riqueza inconmensurable de su ejemplo.

También, en ajedrez, aún estando perdido, hay maravillas por hacer:

*Haga click en la imagen para ampliarla

''No hay enigmas. Si un problema puede plantearse, también puede resolverse''. Ludwig Wittgenstein
Foto: Internet
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