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El Telégrafo

Tembló

Tembló
28 de abril de 2016 - 00:00 - Por: Pedro Ortiz Jr.

Tembló, la tierra se partió y se tragó el mundo. Y fue terrible porque a la primera se nos vino abajo un cliché que acuñamos hace tiempo que rezaba que nuestro país tenía la suerte de no sufrir mayores embates y cataclismos de nuestra madre Tierra.

Nos hemos abrazado a un supuesto dicho de Santa Marianita de Jesús esta famosa amenaza, que repetimos sin estar seguros a ciencia cierta, pero como somos hechos en un noventa por ciento de costumbre, nos encanta el “Ecuador no se acabará por los terremotos, sino por los malos gobiernos”, de ser cierto, no hubiera habido país nunca.

En cuanto a los hechos tan duros que nos ha tocado vivir, la crónica nos arroja historias graves, feas, tristes, de impotencia, de sinsentidos, preguntas a gritos dirigidas al cielo. Nadie se merece pasar por algo así, y no hay a quién señalar o culpar, demandar protestar o marchar. ¿Será que el planeta reclama lo suyo o el mundo nos da una lección? Pero a qué costo, ¿no podría ser de otra forma?

Estos 7,8 grados nos han unido. Esta es la parte a destacar, nos ha purgado al menos por una semana de las broncas comunes que nos habitan, la torpeza de las acaloradas diferencias futbolísticas, la baja pasión partidista de las camisetas políticas, la impertinente brecha generacional, los fastidios mundanos, las quejas mínimas, los odios comerciales; y nos ha vuelto una sola nación que se moviliza por partes iguales, en campañas titánicas, ya sea por cuenta propia o aunando esfuerzos con las autoridades.

Viendo el vaso medio vacío, lo que puedo comentar es que esto es para largo y solo pensarlo me duele, en el pecho primero y en el bolsillo después. En un principio me dominaba el miedo de que se repita y luego el temor del panorama económico, pero viendo el vaso medio lleno me ha dado alegría dentro de la nostalgia que Ecuador camina abrazado y dando los mismos pasos.

Guayaquil vivió una semana baja en actividad, sacaba la cabeza por la ventana de mi oficina y veía a los ciudadanos del centro que caminaban en grupos mirando hacia arriba, que si los escombros en la Nueve de Octubre, que si las grietas en los inmuebles; comentaban que si el paso a desnivel de la Laica, que si el edificio inclinado o las casas caídas. Había temor.

La calle cerrada, locales con sus persianas de metal abajo y asiáticos durmiendo en los alrededores del Municipio y Gobernación, réplicas que hacían bajar en grupos evacuados por momentos a ciertas oficinas, sobresaltos. El pánico se paseaba burlón entre todos, como que al fin alguien le hubiera abierto las puertas y otorgado la llave de la ciudad, orgulloso campeaba.

No hallo aún de dónde sacar humor para paliar el temporal anímico. Tendrá que darme permiso la sociedad relajada o la saciedad de la sonrisa de un niño, el descanso de una mamá y ver la vuelta al trabajo de un padre manaba, esmeraldeño, guayaquileño... ¡ecuatoriano!

Al final, lo que queda entre los escombros son historias que, como tales, se contarán en la boca de los vencedores -sobrevivientes-, quienes con respeto repetirán para siempre sobre el día que le ganaron a la desgracia. (O)

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