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Ecuador, 16 de Junio de 2025
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Aunque siempre para estas fechas nos independizamos, la independencia de alma y corazón de cada guayaco, el mal genio y la risa descontrolada, el puñete, el corre-corre y el coge-coge, nos liberamos del yugo de nuestras cocinas para comer en la calle y de nuestras camas y vamos a buscar hotel en la playa, o a dormir arropados con una extraña pero también como que se enciende el chip de programación fiestera de todos los años y vamos a los mismos sitios, a vacilar a patada el malecón desde el Palacio de Cristal hasta la punta del faro haciendo una parada técnica en Las Peñas para refrescar con unas chelas y cada escalón del cerro irlo rezando como penitencia por ser chéveresbacánchampú.

La ciudad moderna se inventa un nuevo medio de transporte, innovador, nunca antes visto y que deja con la boca abierta a todos por su sencillez, ahorro y capacidad de traslado: la bicicleta.

Tan amistosa, versátil que es la bici, si hasta nos puede llevar a Santay ida y vuelta, con los lagartos de testigo y el puente que se mueve con la brisa y los lechuguines lo suficiente como para sentirse un funambulista de dos ruedas y un corazón acelerado.

Tan amistosa que es la chiva, ella sonriente y relajada como un caballito de calesita puesto en libertad, jineteada por chicas guapas de piernas blancas como yucas pálidas o pavos crudos, policías de ‘short’ caqui, amateurs más equipados que Lance Armstrong pero con menos drogas, pasteleros con un cofre de cristal que hacen babear al que se pone detrás y panaderos de canasta, maestros del ciclismo de toda la vida, habría que hacerles una estatua en algún ‘parque de la rueda’ donde se les rinda honores junto al que reparte el gas, el heladero, el del granizado y con menciones de honor y ofrenda floral incluida al vendedor de avena polaca y al del jugo de coco de tanque azul que tiene una llave que cuando la abre suena ¡shhhhuuuuuuccc!

Cómo describir un nuevo Guayaquil, si somos aferrados a todo lo viejo, antiguo, clásico, nuestro músculo vital es la tradición y así buscar a toda costa de evitar estar muy cuerdos y renegar del concepto de respeto como eufemismo de censura.

Guayaquil de la patucha escondida, el tabaquito cómplice, la biela heladísima para almuerzo, el ají de pretexto y la salsa de inspiración. Guayaquil de encebollado, bolón, el jugo en balde, la cola en funda, el café puro, el pastel de canasta, el Bon Ice y el chaulafán obligado.

Guayaquil del orgulloso y del resentido, el millonario y el chiro, la bicicleta y el balde de la camioneta, el rock y el reguetón, la gorra y las zapatillas. Guayaquil del amor con la novia en casa sola, del motel todos los días, de los destrampes en las esquinas y del apretado cariño en la metrovía.

Guayaquil de la aniñada linda, la chola rica, la vieja buena, el patanzuelo morbosón y chuchacón, el galán chiro, el pelucón adefesioso y el batracio feliz.

Guayaquil del sí hay cangrejo y del no hay bolo, se lavan carros y LÁVAME, hoy no fío mañana sí, sufres cuando me ves y no hay sistema. Guayaquil del calor y del humor, del amor en cada esquina y el vacile clandestino, del cacho venteado, el despecho y el piropo insultado.

Elija la suya, más claro, por suerte aún hay una Guayaquil que no solo es de todos sino para todos, venga vea vaya llevando.

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