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Ecuador, 10 de Mayo de 2025
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Octubre con O de...

“¡Oh qué bonito es Guayaquil!”, mes de fiestas. Si la gente es alegre todos los días, este mes anda más alegre, porque las guapas se maquillan el doble y mueven la cola el triple por los adoquines de la 9, huele a fiestas, a yerbita y a sartén con mantequilla. El clima está rico todavía, se está demorando en entrar “la calor” que tanto comenta el taxista, mientras te pide por favor que te sientes adelante porque los vigilantes andan que joden, y al segundo se vuelve poeta improvisado e invadido por el espíritu de octubre desparramando cuasi poesía cuando comenta que todavía los amaneceres son azules, las mañanas blancas, el mediodía amarillo y las tardes rojas, ¿la noche? La noche es romántica, y le creo.

Porque de noche las parejas caminan tomadas de la mano, gordotes con flaquitas, negros altos con coloradas patuchonas, cholos con cholas y también con peluconas, a veces solos, otras veces con toda la familia, esposa, hijos y hasta con la cuñada y la suegra, que cuando se juntan para tomarse una foto intentan 15 veces entre que deciden cómo ponerse, que sí que no, que yo voy de este lado y mi abuelita del otro, que no disparó el flash, que salió movida la foto, que se cruzó un extraño y por último “repite que me salió el brazo gordo”, todo con una tablet grandota que a veces no sirve ni “¡pa’ maldita la cosa!”; es como tratar de matar a un mosquito con una escopeta, al fondo el viejo Melchor, fotógrafo del parque, ya ancianito y retirado se ríe y generoso piensa: ¡pendejos! Los pelados al gusanito a dar unas vueltas como tarantantán y cada uno con un algodón de azúcar, churros para todos y manzanas acarameladas para las señoras, el varón bola de canguil de panela y mientras cuida a su jeva, piensa en la jaba que dejó fiando y enfriando en el barrio, y aunque tiene ojos solo para su hembra, es generoso en desviar la mirada hacia otras muchachas que pasan a su lado con su carrocería más contoneante que el vaivén del guinguiringongo, en el que tiene subido a su sobrino al son de “songorocosongo”, que suena desde su celular.

Ciudad musical esta, el sur es salsa, el suroeste merengue y reggaetón, los cerros son bachata para la felicidad y los cachos, pasillos de J.J. para pegárselas todas, el centro es pop latino, mientras que el río y su mujer la ría ríen porque bailan cumbia pegaditos mientras algún gringo hippie mira el agua y piensa en el submarino amarillo de los Beatles, cantada por los Creedence Clearwater Revival; Urdesa es Depeche Mode y vía samborondón es puro Pitbull y lo que produzca Emilio Estefan. Todo es fiesta, menos los estadios, de donde solo se escucha el escandaloso silencio de las barras que ahora se desafían las unas a las otras a ver quién es el mejor jugando piedra papel o tijera.

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