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Adrede

Adrede
18 de abril de 2014 - 00:00 - Por: Pedro Ortiz Jr.

No puedo ser objetivo cuando se trata de Luis Rueda, simplemente es el mejor en lo que hace y punto, y que me perdone el resto, ustedes saben que también los aprecio, y punto.

Aclarado el hecho de mi carencia de imparcialidad, llega a mí el debate entre lo que debo y lo que puedo escribir acerca de él, principalmente porque hallo que está difícil digitar algo que ya no se haya escrito.

A veces se me vuelve complicado casi como encontrar una grieta entre todo lo que él representa para deslizar una crítica, algo así como hallar una hendija en la sólida pared de su carrera para contarles que ya no es el mismo, que los años lo van gastando, que ha perdido fuerza, vigencia, constancia, sorpresa, pero no puedo porque sería mentir.

Al contrario, esperar un show a lo grande de Lucho para sus seguidores ya se ha vuelto una ansiedad que solo se cura con verlo de pie ante el micrófono con su guitarra y su elegante desparpajo para cantar las cosas que a todos nos pasan y quisiéramos contarlas con rock, generando el efecto placebo de vivir las vidas del rockstar desde la butaca, lugar que este juglar del mal nos hace abandonar a la voz de una invitación a evitar un carajazo.

Y aún ni empieza a tocar y el lugar ya está caliente, la noche de afuera escupe lluvia un poco celosa de lo que ocurre bajo techo, y es que Rueda presenta en sociedad sus nuevas canciones, estrena el álbum que está próximo a llegar y que tiene por nombre ‘Adrede’ y que la gente ya percibe con ayuda de los sencillos que suenan en radios y redes sociales, que es una nueva audacia, en la que se limpia del grosero, oscuro y visceral pero festivo caldo de cultivo, para sumirse en un mar de melancolía post punk con el abandono del blues y el caos guayaco, ese que ha vuelto a este bruto una joya o tal vez viceversa, para mejor.

Entra con todo y se le daña el bajo, cancela lo fastuoso del gran comienzo y se acata a lo que su suerte le ordena, soluciona con empatía pero con firmeza el asunto ordenando ir a buscar otro instrumento igual y hasta mientras hace lo que dijo con vehemencia que no haría, tocar canciones de su ex banda.

Termina empezando por el final con un acústico valiente, improvisado pero impecable que caldeó los ánimos hasta que se enchufa de nuevo y arranca con todo y ahí sí fue un baile de hasta el otro día, un zafarrancho, puro rock, mejor que antes, peor que siempre, rock que se hace más intenso con las canciones del nuevo disco que se hacen nudo en la garganta de los que sentimos la letra, show sin seguidor, con mucho humo, estrobos y ambientes rojos y azules.

El rockstar porteño no solo que luce en su mejor forma desde hace diez años, sino que parece haber descubierto la misma impermeabilidad de la que presume ‘say no more’, la posteridad, la eterna juventud, esa que en recién cumplidos los cuarenta lo llevan a todos lados en bicicleta.

Al final se despide del público, así como justo le ha tocado despedirse de muchas cosas importantes estos últimos años, pero se va con esa sonrisa chueca en la cara de ver como después del éxtasis, aún con el coctel frío, lo normal es tan normal y aunque pese lo que pese nada es lo que parece, pero adrede lo volvería a hacer.

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