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Personaje
Jorge Volpi y su «novela criminal»: Desentrañar un crimen y un premio
Jorge Volpi tenía 800 páginas escritas de su novela cuando la envió a varios lectores confiables. Luego de recibir sus reacciones, decidió mandarlas a la basura y volver a empezar. Esto lo contó ante cientos de personas en el auditorio de la Universidad de Las Américas de Quito, campus Udlapark, el martes 3 de abril. La noche anterior había conversado con lectores de Guayaquil, vía Skype. Y la noche de ese mismo martes presentaría su novela en Mr. Books, junto a los escritores ecuatorianos María Auxiliadora Balladares y Óscar Vela.
Da la impresión de que el mexicano, de la leva de 1968, se tomó muy en serio la escritura de Una novela criminal, una obra particular en la que utiliza las herramientas del periodismo y recurre a la ficción para llenar espacios vacíos, estructurar las acciones y guiar al lector. Todo, para contar una historia en la que no hay verdad, en la que no se podrá llegar a la verdad, pero con la que sí nos quedamos con sus dudas como espectadores de un hecho real que espanta: el caso Cassez-Vallarta.
Florence Cassez e Israel Vallarta, ella francesa, él mexicano, fueron detenidos por la policía mexicana, acusados de ser parte de una organización dedicada al secuestro. Desde su detención estamos ante algo extraño: esta fue transmitida en vivo y en directo la mañana del 9 de diciembre de 2005, por el noticiero más visto de México. Por casi dos horas y media, la gente observó cómo aprehendían a estas personas —Vallarta daba detalles de la banda, visiblemente contrariado, mientras que Cassez gritaba que era inocente— y cómo se rescataba a tres secuestrados.
En cuestión de semanas —y gracias al olfato periodístico— se descubrió que esa detención y rescate, que se había televisado, fue una puesta en escena: ambos habían sido capturados horas antes en una carretera. Las autoridades lo confesaron, y aseguraron que lo habían hecho a pedido de los medios para tener algo que mostrar. Desde ese momento, en el caso aparece un cúmulo de imprecisiones, cambios de declaraciones, de informes y cuestionamientos que solo llevan a pensar que algo se oculta y que la verdad, gracias a la maniobra de autoridades y gente con poder, no podrá descubrirse. Y claro, aparece la duda sobre la culpabilidad de los principales sospechosos.
«A mí me pareció apasionante. Tiene todos los elementos que un novelista quisiera encontrar en su imaginación, pero aquí estaban en la realidad. Es una historia policíaca, tiene un componente político. Es una historia de amor, muy turbulenta también entre ellos dos —Cassez y Vallarta—, una conspiración detrás de todo esto… Entonces era la historia prefecta», dijo en Quito.
Volpi es actualmente el coordinador de difusión cultural de la UNAM.
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La dificultad inicial de cómo contar la historia fue quizás encontrar el tono. Una vez que esos lectores iniciales le dijeron que la novela era ilegible —nada raro, tomando en cuenta la cantidad de entrevistas que realizó y más de mil páginas que leyó de los procesos judiciales—, Volpi se deshizo de la tercera persona y decidió ingresar en la narración. La primera persona, esa aparición de un Volpi incrédulo, sorprendido, dubitativo y apasionado es la que demarca el recorrido del lector. El narrador aparece para dar luces. Él lo explica en la advertencia inicial de la novela:
Para llenar los incontables vacíos o lagunas, en ocasiones me arriesgué a conjeturar (…) cuando así ocurre, lo asiento de manera explícita para evitar que una ficción elaborada por mí pudiera ser confundida con las ficciones tramadas por las autoridades.
Ese ejercicio de conducir desde la primera persona es lo que le permite su fluidez a una novela con decenas de personajes, fechas, declaraciones… Si esto no existiera, Una novela criminal sería un crimen, algo imposible de leer. La realidad no tiene orden y no debe tenerlo.
Literatura genera literatura. El mexicano reconoce su deuda a La dimensión desconocida (2016), de Nona Fernández, en la sección de agradecimientos. El libro de la chilena, por el que ganó el premio Sor Juana Inés de la Cruz en 2017, es un relato en primera persona sobre la historia de un torturador que, en plena época de la dictadura de Pinochet, decide confesar sus crímenes a la prensa. Una historia real, también, con la que Volpi encontró una manera de solucionar su narración. Y eso lo puede notar el lector de ambos libros. Pero no se puede negar la superioridad de la novela de Fernández, ya que su conexión con la historia real que cuenta es mucho más personal y honesta, que en el caso de Volpi.
El yo no es nada nuevo en la literatura, más bien vive su momento. Llevamos en el mercado de los libros de autoficción más de una década y ver publicado uno más no sorprende. En esta época en la que el yo es la moneda de vigencia a través de las redes sociales y en cualquier aparato de contacto digital, el yo manda —cualquiera cree que su comentario es valioso y tiene importancia solo por enunciarlo—. La literatura utiliza ese yo como herramienta de verosimilitud, como reflejo del mundo. En Volpi eso tampoco es nuevo. En su novela de 2014, Memorial del engaño, utiliza la idea de la autoficción, pero con un giro nacido del sarcasmo: el protagonista es un tal J. Volpi que poco tiene que ver con el real —el personaje es un criminal financiero neoyorquino—. La broma se cierra con el nombre del autor en la portada y en la solapa: J. Volpi. No hay distancia entre autor y personaje.
Pero esta vez no hay broma en Una novela criminal. El caso es serio y la aproximación de ese yo que fabula y ficciona se mueve en el terreno de lo verosímil. No dice cosas que podamos considerar descabelladas, sino que en el contexto de la historia, sus criterios aparecen como guías para movernos por sus páginas.
Por eso imagino que entre los primeros lectores de esa versión imposible estaban Ignacio Padilla —fallecido en 2016—, Eloy Urroz y Pedro Ángel Palou, miembros de la Generación del crack, a la que Volpi también perteneció, a fines del siglo XX. No es un ejercicio de ficción basado en la nada. Volpi les dedica a los tres la novela. A Padilla —Nacho, para sus amigos—, lo hace in memoriam.
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En una entrevista con Patricio Tapia, para La Tercera de Chile, Jorge Volpi se define como un «músico y un científico frustrado. Me defino por lo que no soy». Pero si a algo suena el apellido del actual director de Difusión Cultural de la Universidad Autónoma de México (UNAM) es a libros. A más de una veintena de publicaciones en más de 25 años de trabajo literario, que lo ha hecho acreedor a premios y reconocimientos importantes. Hay pocos premios literarios que a Volpi le quedan por ganar.
A los 14 años quiso escribir una enciclopedia sobre la Edad Media y a los 15 hizo experimentos alquímicos para obtener la piedra filosofal. En una entrevista para La Nación, define su infancia y adolescencia así:
Fui un niño y un adolescente excéntrico, en todo sentido. Primero, porque padecí de asma hasta los 15 años, lo que me volvió tímido y retraído, demasiado centrado en la lectura, los idiomas, los proyectos más absurdos. Todo eso me alejó por completo de los demás alumnos de mi escuela (que era religiosa y sólo de varones) y, en especial, de las mujeres. Ahora sé que me hubiera encantado comenzar a conocerlas desde entonces.
Antes de su reconocimiento internacional como autor con la fabulosa En busca de Klingsor, premio Biblioteca Breve de 1999, no fue un autor muy querido en México. Alguna vez el crítico Christopher Domínguez escribió: «Leer a Jorge Volpi es como escuchar unas uñas rasgando un pizarrón». Exagerado, probablemente, pero si leemos, por ejemplo, Sanar tu piel amarga, la novela de 1997 de Volpi, veremos que, si bien la frase es fuerte, define muy bien al escritor de ese momento. Algo pasó en el interior del Volpi escritor, cuya obra pasó en dos años de ser insignificante y hasta mal escrita a monumental e imprescindible para muchos.
El Manifiesto del Crack, que firmara en el 2000 junto a Padilla, Urroz, Chávez y Palou, fue ese intento por exigir que la escritura pudiera ser lo que su autor o autora quisiera, dejando de lado las presiones editoriales por seguir la senda del Boom. La idea era la libertad en cualquier dirección, sin importar qué, con énfasis en varias voces, sin linealidad. Algo que se refleja en la propia Klingsor…
Volpi ha sido diplomático, habla francés a la perfección, tiene un tono de voz de maestro que busca que aprendas: cálido y enfático. Es pequeño, aparenta menos edad de la que tiene. Es abogado y doctor en Filología Hispánica. Es un autor que se toma todas las fotos que quieran sus lectores, que firma todos los libros que le pongan al frente, es el autor que sonríe ante lectores.
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Una mujer joven en el auditorio de la Udla pregunta: «¿Cuáles fueron sus parámetros para llegar más cerca de una verdad? Tomando en cuenta que cada persona tendría su versión de los hechos». Volpi sonríe y dice que la pregunta es muy buena: «En muchos momentos de la historia hay elementos contradictorios en los testigos (…) Esta es una novela basada en los testimonios de los protagonistas (…) En casos en que un testimonio me parecía más verosímil, me decantaba por ese (…) Eso no viene del periodismo, no tengo formación de periodista. Esto proviene, más bien, de mi formación como escritor y lector de ficción. Es como si la literatura de ficción te permitiese una formación para identificar más claramente lo que es verosímil y lo que no lo es».
Entonces Volpi nos propone leer, para no caer en verdades oficiales o silencios a medias. Volpi dice que la ficción nos ayuda a entender o comprender mejor al mundo. No es nada nuevo, pero viene bien recordarlo.
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Volpi ganó 175 mil dólares y una escultura de Manuel Chirinos con el premio Alfaguara, anunciado el pasado 31 de enero. «Desde que vi esta historia me di cuenta de que los hechos eran tan inverosímiles, que no hacía falta convertirlos en ficción. Quería contarlos más o menos como lo cuentan sus protagonistas. Porque es una historia real pero que empieza con una ficción. No la mía, la inventada por la Policía. Aquí la Policía es la que hace ficciones. Lo que hace el novelista es usar la literatura para entender la ficción», aseguró en Quito.
Otras veces desde el periodismo se pueden hacer otras preguntas.
Porque si bien es cierto que un premio como este tiene en el anonimato su fuerza —Volpi la presentó bajo el seudónimo G. Fuchs— cuando uno lee el libro duda, y mucho. Porque hay varios indicios que podrían revelar su identidad o acercarnos a un posible autor: que estudió leyes, que vivió en Francia, que tiene ciertas amistades con gente del poder político o accesos a niveles un tanto complejos para su investigación. Si este es un libro basado en la realidad, que quiere contar un hecho que no tiene respuesta todavía, y su autor no coloca su nombre, pero proporciona elementos que podrían identificarlo, quizás habría que lanzar cuestionamientos.
En esta novela sobre la duda alrededor de un caso judicial en concreto, se plantean otras dudas.
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Florence Cassez actualmente vive en Dunkerque, porque su historia terminó en 2013, cuando «la Corte Suprema Mexicana la libera por toda esta serie de enormes vicios en el procedimiento», dijo Volpi.
La historia del mexicano, Vallarta, es distinta: «sigue en la cárcel desde hace doce años, sin tener siquiera sentencia en primera instancia». Él está en prisión, sin sentencia.
Algo que no suena tan descabellado, tomando en cuenta la historia de Ecuador. (I)