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Entrevista

J. Volpi: «El sistema está hecho para proteger al poder en América»

J. Volpi: «El sistema está hecho para proteger al poder en América»
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Cuando Jorge Volpi presentó Una novela criminal en Quito, el país aún tenía la esperanza de que tres de sus periodistas secuestrados volvieran a casa.

Era el sexto día del cautiverio del periodista Javier Ortega, el fotógrafo Paúl Rivas y el conductor Efraín Segarra —equipo de diario El Comercio— en la frontera entre Ecuador y Colombia, o eso nos dijeron, y con relación a los tres que ya faltaban, Volpi manifestó su solidaridad con las familias de los afectados y lanzó una advertencia estremecedora.

El ganador del Premio Alfaguara de novela —por una obra sin ficción sobre un secuestro alrededor del cual el gobierno mexicano montó un falso rescate: ya lo ha reseñado el escritor Eduardo Varas en páginas anteriores— recordó que «en el México de su juventud, el PRI (Partido Revolucionario Institucional, que gobernaba entonces) se vanagloriaba de que el país era una «isla de paz» al compararnos con las dictaduras militares y guerrillas tan sangrientas de Centro y Sudamérica; en la transición a la democracia que inició el gobierno de Vicente Fox se genera una alarma pública sobre los secuestros», eso derivó en la sangrienta «guerra contra el narcotráfico».

Una guerra en que los homicidios contra los periodistas son moneda constante, tanto, que México es uno de los lugares más peligrosos del mundo para ejercer este oficio, sobre todo cuando trata temas como el narcotráfico y la corrupción política derivada de este fenómeno. De acuerdo con la organización Artículo 19, entre el año 2000 y mayo de 2017 se habían asesinado 105 comunicadores (48 de ellos durante el gobierno de Felipe Calderón, y 32 en el de Enrique Peña Nieto).

«No es por asustarlos», explicó el autor mexicano, pero «la sensación de peligro frente al narco puede generar acciones contra este que tengan como consecuencia la destrucción del país, del tejido de la sociedad exponiendo a decenas de lugares a una violencia realmente inaudita. Países que han sido tradicionalmente pacíficos como Ecuador deben tomar en cuenta esto».

La alarma pública alrededor de los secuestros provocó, seguramente, que la policía haga un montaje con dos canales de televisión (Televisa y TV Azteca) para tratar de demostrar que era muy «eficaz» en el combate contra este tipo de crímenes, reflexionó el escritor el pasado martes 3 de abril.

Ese día, cuando Jorge Volpi presentó Una novela criminal en Quito, el país no habría podido imaginar que una pareja de jóvenes también sería secuestrada y los periodistas de El Comercio, asesinados.

La lluviosa mañana en que la noticia sobre el secuestro de tres de mis colegas llegó a Quito, Jorge Volpi llevaba puesto un saco anaranjado y, ante el imaginario violento del narcotráfico en la frontera, recordaba su país. «Pero no recuerdo algún caso de secuestro a periodistas allá»...

Jhon Guevara / El Telégrafo

La violencia empleada contra los reporteros tiene fines políticos...
No hay que olvidar que buena parte de los periodistas asesinados en México reportan los vínculos entre el narco, las bandas criminales y los políticos. Estas acciones buscan amedrentar y censurar.

En su país las ficciones sobre el gobierno casi no han sufrido una censura oficial, a través de una ley, por ejemplo. ¿Por qué se da esto?, ¿el poder allí no reacciona en público cuando se habla mal de él?
Se trata de una conquista ciudadana, después de muchísimos años de esfuerzos. México tuvo un gobierno autoritario, hegemónico hasta el año 2000, el del PRI, que durante muchos años ejerció un control muy estricto de los medios de comunicación. Impedía la libertad de expresión y una de las pocas grandes conquistas de esta transición a la democracia fue que se abriera un espacio de libertad, uno acotado por la violencia. Esto desde que empieza la guerra contra el narcotráfico en 2006, luego de unas elecciones presidenciales complicadas, como las que tuvieron ustedes aquí.

Pero antes del cambio de siglo, México acogía exiliados de otros regímenes aún más represivos...
Era la paradoja del priismo de entonces: un gobierno que, hacia afuera, se presentaba como el más tolerante de América Latina, pero al mismo tiempo mantenía un control rígido para que no se ejerciera una crítica abierta al propio poder.

¿Eso es estrategia pura?
Hay que reconocer que se posicionaron internacionalmente como un país abierto, tolerante con los refugiados, eso se hizo; pero también se controlaba a la prensa hasta que, conforme la sociedad civil mexicana se fue fortaleciendo, el control fue disminuyendo.

Usted entrevistó a Israel Vallarta, un acusado de secuestro que aún espera sentencia...
Desde que decidí escribir el libro sabía que lo tenía que visitar varias veces (en la cárcel de máxima seguridad de El Altiplano, donde estuvo Joaquín «El Chapo» Guzmán), al igual que a Florence Cassez, con quien estuve un día entero en Dunkerque, Francia, platicando el día entero con ella y su familia. También con los familiares de Israel estuve muy en contacto todo el tiempo.

¿Sintió una presión, un dilema ético al hablar con ellos porque fueron culpados públicamente?
El problema fue, precisamente, que los medios juzgaron a Israel antes de que lo haga la justicia. Se le tiene que aplicar la presunción de inocencia, eso hasta que no se demuestre que es culpable y ni siquiera tiene sentencia en primera instancia. Hay que asumir eso y es irregular que alguien como él, que aún está sometido a un proceso, esté en una prisión de máxima seguridad.

¿Su fuente para llegar hasta allí fue la hermana de Israel?
He estado muy en contacto con ella, que ha encabezado su defensa desde la familia y gracias a eso, Israel aceptó que yo fuera a verlo a la cárcel, que está ubicada más o menos a una hora y veinte minutos de la ciudad de México, hasta llegar a un locutorio en el que te permiten conversar durante 40 minutos.

¿Qué idea tiene Cassez de México?
Está muy enojada, y con razón, con el país, con la manera como se la trató y con cómo se la sigue viendo allí. Aunque haya sido liberada (en 2013), buena parte de los mexicanos la siguen considerando culpable, solo porque desde el principio la televisión la presentó de esa forma.

Usted estaba en Francia el 9 de diciembre de 2005, cuando se transmitió ese rescate falso. ¿En ese momento era imprevisible que la policía cometiera este tipo de montajes?
Sí, es inverosímil que prensa y policía se pongan de acuerdo para escenificar algo que no ocurrió, sobre lo que se contradicen algunos testigos y que fue una ficción, claro.

¿Cree en una gran conspiración?, ¿en que el poder sigue una lógica compleja?
No creo en las conspiraciones demasiado amplias. El poder, en nuestra época, ya no tiene las herramientas para controlarlo todo. Ellos quisieron hacer un montaje, sin duda, pero es como las fake news de hoy: durante dos horas y media la gente vio en televisión algo que no existió y se le hizo creer que había ocurrido. Pero, a partir de ahí, lo que hace la policía es tratar de ocultar la mentira con otra y otras mentiras hasta formar una bola de nieve... no es que hubiese estado previsto todo.

¿Qué determina que, aunque azarosas, esas mentiras siempre benefician a quienes gobiernan?
El sistema está construido para proteger a los poderosos, ese es uno de los principales problemas que denuncia este libro, y ocurre en muchos países más. El propio sistema jurídico, corrupto además, está diseñado para proteger a los poderosos. Este caso es una prueba: nadie pagó por el montaje, ni por las torturas o por la manipulación y la «siembra» de pruebas... todo lo contrario a un sistema de justicia eficaz.

¿Quería escribir un relato periodístico?
No. No soy periodista de formación. Vengo desde la ficción. Lo que quise fue construir una novela a partir de la realidad. La construcción misma de la historia es completamente diferente aunque las conclusiones de dos libros de investigación periodística (Teatro del engaño, de Emmanuelle Steels, y L’affair Cassez: La indignante invención de culpables en México, de José Reveles) se parecen mucho a las de mi novela.

¿Los conocimientos de derecho que tiene le ayudaron mucho?
Me sirvieron para revisar el expediente, ver cómo funciona el sistema de justicia, recordar eso y tener en cuenta la manera en que se organiza este mecanismo.

Una de sus conclusiones es que la justicia casi nunca funciona...
De todos los crímenes que se cometen en México, solo el 10% llega ante los jueces y, de ese porcentaje, una décima parte llega a sentencias, y todas son condenatorias. Hablamos de un margen mínimo de delitos castigados.

¿Qué otro efecto espera de esta, su primera novela documental?
Esperaría que cambiase la situación de Israel Vallarta. No puede ser que haya dos tipos de justicia, una para Florence Cassez (que fue liberada por la Suprema Corte) y otra para él. Él debe estar fuera de la cárcel.

¿Qué expectativas tuvo la familia de Israel frente a la novela?
El libro ya ha desatado la posibilidad de que tenga una asesoría jurídica mejor, lo tienen sus sobrinos y hermana, pero no es fácil hacérselo llegar a la cárcel, quizá sea más fácil enviarle el manuscrito.

¿Lo ha leído Florence?
Sí, en cuanto salió se lo envié. Dijo que para ella siempre es extraño verse retratada en un libro, lo cual, sí, imagino que debe ser muy raro.

¿Hasta qué punto es aceptable hacer ficción en una novela «sin ficción»?
Hay momentos en que sí me permito usar la ficción para llenar las lagunas que nos dejan los hechos, pero hay que advertirlo claramente. El error de Ryszard Kapuściński, que era un gran narrador, fue que hubo muchos momentos en que no lo decía, hacía pasar su parte de imaginación como verdad. Mientras que en Truman Capote es distinto, no parece que él haya alterado los testimonios sino que no cuenta cierta cantidad de cosas, que es un poco distinto. Es difícil este género, uno intenta la objetividad pero, al mismo tiempo, como decía Roland Barthes, «ningún texto es inocente». La perspectiva de un autor se va a trasladar al libro por más objetivo que uno quiera presentarlo. Yo traté de contrastar los testimonios y de no falsear lo que dicen los protagonistas.

¿Usted cree en la inocencia de ambos personajes reales?
Tengo mi propia idea sobre ellos, pero no la voy a expresar demasiado aquí, tampoco lo hice en el libro.

        ***

El epígrafe de la novela que Jorge Volpi dedicó a la Generación del Crack es de Paul Valéry: «La mezcla de verdad y falsedad es enormemente más tóxica que la falsedad pura». (I)

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