En los últimos años el debate sobre la felicidad como parte de las políticas públicas está ganando notoriedad. En julio de 2012, la Asamblea General de la ONU decidió que cada 20 de marzo se celebre el Día Internacional de la Felicidad, reconociendo su relevancia como aspiraciones universales e impulsando su inclusión en las políticas de gobierno. Por iniciativa de Ban Ki-moon, secretario general de la ONU, tres reconocidos economistas han trabajado intensamente en la publicación del Informe Mundial sobre la Felicidad 2015. Se trata de Jeffrey Sachs, del Instituto de la Tierra, en la Universidad de Columbia; Richard Layard, del Centro para el Desarrollo Económico de la London School of Economics, y John Helliwell, del Instituto Canadiense de Investigación Avanzada. De este informe se destacan tres conclusiones: el consenso sobre el hecho de que la felicidad se considera una medida adecuada del progreso social y un objetivo de las políticas públicas; que Ecuador es uno de los tres países que más han avanzado en el ranking sobre felicidad, entre 2007 y 2014; y que, según estudios neurocientíficos, recomienda la práctica de la “vida consciente” (mindfullness) y la meditación, la reducción del consumismo y el voluntariado como elementos que ayudan a tener una vida más feliz. De hecho, cada vez más empresas promueven estas prácticas entre sus empleados, pues así se incrementa su bienestar integral, la actitud en el trabajo y, consecuentemente, su productividad. El Informe mundial sobre la felicidad concluye que un número creciente de gobiernos utiliza los datos y análisis sobre la felicidad en la búsqueda de políticas que puedan ayudar a  mejorar la vida de las personas. Miden el bienestar subjetivo y utilizan las investigaciones realizadas sobre el tema como guía para diseñar los espacios y servicios públicos. (O)