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Colombia, chile, méxico y el salvador ya utilizan métricas parecidas

La pobreza monetaria mide la falta de ingresos y no la de derechos

El nuevo índice multidimensional mide la pobreza en el país no solo en función de posesiones materiales.
El nuevo índice multidimensional mide la pobreza en el país no solo en función de posesiones materiales.
Cortesía INEC
13 de febrero de 2016 - 00:00 - Redacción Actualidad

Según el recientemente publicado Índice de Pobreza Multidimensional (IPM), en el Ecuador un 35% de la población es “pobre”. Usted, que está leyendo este artículo, ¿se ha preguntado alguna vez si forma parte de ese 35%? ¿Se ha preguntado qué es lo que tienen en común las personas pobres? ¿Se ha cuestionado cómo se define la pobreza?

Habitualmente, se suele creer que la pobreza o la riqueza dependen exclusivamente de la cantidad de dinero que uno tenga pero, ¿es eso cierto? Como dice la sabiduría popular, ¿es más rico el que más tiene o el que menos necesita?

¿Qué debería pasar para que usted se considere “rico”: tener mucha plata, buena salud, una vida equilibrada, un gran número de amigos, reconocimiento social, tiempo de vida disponible? Todas estas cuestiones se debaten profundamente en todo el mundo, ya que desde hace años diversas voces están solicitando repensar conceptos como los de pobreza, riqueza, bienestar o felicidad.

En Ecuador, hace pocos días el presidente Rafael Correa participó en el lanzamiento oficial del Índice de Pobreza Multidimensional, un indicador estadístico elaborado conjuntamente entre diferentes instituciones públicas (INEC, Senplades, MCDS y MIES).

En su intervención el Presidente destacó la necesidad de replantear el concepto tradicional de “pobreza”, asumiendo su carácter multidimensional, el mismo que trasciende la definición estrictamente economicista según la cual pobre es la persona que no dispone de dinero.

Hasta la fecha, en Ecuador la “pobreza” se ha medido según tres grandes indicadores; dos de ellos son parte de los denominados “métodos indirectos” basados, respectivamente, en el cálculo de los ingresos de las familias o en su capacidad de consumo, mientras que el tercero es un “método directo” relacionado con la estimación de necesidades básicas insatisfechas.

Lo que aporta el Índice de Pobreza Multidimensional es, por un lado, un enfoque diferente, ya que la pobreza no se define en función de posesiones materiales, sino en la capacidad de ejercer los derechos reconocidos en nuestra Constitución. La pobreza monetaria mide privación de medios, pero no la privación de capacidades o el goce de derechos.

De este modo, por ejemplo, más que fijarse en los ingresos de una persona, se observa si esta tiene acceso a diferentes servicios. Si alguien puede disfrutar de una vivienda social, de suministro de energía o de agua potable, de servicios de educación y salud públicos, obviamente no va a requerir de la misma cantidad de ingresos para obtener calidad de vida que una persona que no tiene acceso a todos estos servicios.

Luego, por el otro lado, otra ventaja de este Índice es que permite identificar no solo quién es “pobre” (cuántos pobres hay) sino también cuál es la intensidad de esta situación (qué tan pobres son) y, sobre todo, por qué son pobres. Esto es posible porque la construcción del IPM se puede descomponer para saber cuáles son las principales carencias (derechos insatisfechos) que afronta la población. El Ecuador no es el único país en la región en introducir un Índice de Pobreza Multidimensional.

Este tipo de métricas ya existe en países como Colombia, Chile, México, Costa Rica o El Salvador y, en el conjunto del planeta, existe una red de países e instituciones que trabajan en torno a indicadores multidimensionales de pobreza en donde participan más de 40 países y 10 agencias internacionales.

De forma paralela a la revisión del concepto de “pobreza”, desde hace años se está también repensando el concepto de “desarrollo” para desvincularlo de lo estrictamente monetario o material. Por ejemplo, son muchas las críticas que ha recibido un indicador como el PIB (Producto Interno Bruto) como sinónimo de desarrollo de un país.

Ya en 1968 el senador norteamericano Robert Kennedy criticaba esta medida declarando que “el PIB no tiene en cuenta la salud de nuestros niños, la calidad de su educación o el gozo que experimentan cuando juegan. No incluye la belleza de nuestra poesía ni la fuerza de nuestros matrimonios, la inteligencia del debate público o la integridad de nuestros funcionarios. No mide nuestro coraje, ni nuestra sabiduría, ni la devoción a nuestro país. Lo mide todo, en suma, salvo lo que hace que la vida merezca la pena”.

Más recientemente, en 2008, economistas como los premios Nobel AmartyaSen y Joseph Stiglitz lideraron los trabajos de la Comisión sobre la Medición del Desarrollo Económico y el Progreso Social, convocada por iniciativa del presidente francés Nicolás Sarkozy.

El informe de la Comisión critica el uso del PIB como medida de bienestar y propone cambios en los sistemas estadísticos que permitan una mejor aproximación a la forma como se mide el desarrollo, la calidad de vida, la satisfacción personal, el bienestar o la felicidad.

En esta misma estela se encuentran iniciativas como el Índice para una Vida Mejor de la OCDE, el Índice de Desarrollo Humano (PNUD) o el Índice de Felicidad Nacional Bruta (que se aplica en Bután). Las Naciones Unidas, mediante el Informe Mundial de la Felicidad 2015, elaborado por John Helliwell, Richard Layard y Jeffrey Sachs, afirma que “la felicidad se considera, cada vez más, como una medida adecuada del progreso social y un objetivo de las políticas públicas. Un número creciente de gobiernos nacionales y locales utiliza los datos y análisis sobre la felicidad en la búsqueda de políticas que puedan ayudar a mejorar la vida de las personas”.

En nuestro país se trabaja en esta línea mediante la definición de un sistema estadístico que permita medir el avance en la construcción de la sociedad del Buen Vivir, que es uno de los mandatos fundamentales de nuestra Constitución. El referido Índice de Pobreza Multidimensional es un avance en este sentido, una importante contribución.
La sabiduría de nuestros pueblos ancestrales nos advierte que no podemos ser felices si no somos capaces de vivir en armonía interior, con la comunidad y con la naturaleza. Esa es la esencia del Sumak Kawsay.

En su conceptualización se parte de la idea de que pobre es quien está solo, quien no tiene comunidad. La pobreza no tiene que ver, por tanto, con lo estrictamente material sino con una posición dentro de la sociedad.

Difícilmente una persona puede considerarse rica si todos los que le rodean están sufriendo. De igual forma, no puede haber riqueza si para conseguirla se está depredando a la Naturaleza. La equidad social y la sostenibilidad de la vida son, entonces, indicadores que deben sumarse a la construcción de las métricas del Buen Vivir.
También se deben considerar variables de tipo subjetivo, como la satisfacción con la vida.

¿Llegará el día en que el desarrollo de los pueblos se mida, por ejemplo, por el tiempo de calidad que los padres pueden pasar con sus hijos, por la forma de expresar solidaridad o por el afecto mostrado por los animales y plantas?

Como dice un aforismo atribuido al Jefe Indio Seattle: “Solo después de que el último árbol haya sido cortado; solo después de que el último río haya sido envenenado; solo después de que el último pez haya sido pescado; solo entonces descubrirás que el dinero no se puede comer”. (I)

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