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“para enseñar química a juan hay que conocer a juan”

En la nueva educación, los alumnos también pueden enseñar a sus maestros

La educación para el cambio social genera preguntas antes que respuestas, instiga hacia la investigación y la experimentación. Foto: cortesía Ministerio de Educación
La educación para el cambio social genera preguntas antes que respuestas, instiga hacia la investigación y la experimentación. Foto: cortesía Ministerio de Educación
11 de octubre de 2015 - 00:00 - Redacción Sociedad

Para crear la sociedad del Buen Vivir, en el ámbito de la educación para el cambio social, es necesario establecer cómo será, al finalizar el proceso, la persona que vamos a formar. Una respuesta es: alguien que sea consecuente con sus valores y sepa aprender constantemente. Si logramos formar el carácter a través de la práctica de valores y desarrollamos la mente a través de habilidades de adquisición de conocimientos, habremos establecido bases sólidas para la sociedad que ha de salvar este planeta.

Los procesos en el ámbito de la educación para el cambio social son tan importantes (o más) que los propios contenidos. Estos han de ser congruentes con los contenidos, es decir, han de poner en práctica las virtudes que desean inculcar y han de observar algunas condiciones esenciales: 1. Quien aprende es protagonista en lugar de espectador; 2. Quien enseña es un facilitador antes que magister dixit (el que todo lo sabe); 3. La experiencia inicial es el arranque del proceso en lugar de la ‘sabiduría’ del maestro; 4. La reflexión, el análisis crítico y la síntesis son la culminación del proceso.

Solo así lograremos que ambos crezcan emocional e intelectualmente. Tanto el maestro como el estudiante están entonces inmersos en el proceso de aprendizaje. Así, la información de internet será aplicada éticamente por quien aprende y quien enseña, entonces se despliega un manto de creatividad y convicciones para una vida plena en lo individual y resiliente en lo planetario.

La educación para el cambio social genera preguntas antes que respuestas, instiga hacia la investigación y la experimentación, despierta la curiosidad desembocando inevitablemente en el desarrollo de la responsabilidad, la creatividad y la concreción de propuestas para un entorno deteriorado (que es el mundo que estamos transmitiendo a la nueva generación). Durante el proceso, los que aprenden atraviesan por diversas sensaciones, emociones frustrantes y gratificantes, sensaciones de éxito y fracaso, aprenden a asumir riesgos y a bregar con la incertidumbre. En resumen, se preparan para la vida. A través de ese proceso desarrollan las habilidades que han de ejercitar en su quehacer de adultos, cuando deban tomar decisiones para la supervivencia de sus comunidades, de sus hábitats, de sus hogares.

Un futuro sustentable es posible si capacitamos a los maestros a partir de estas nociones y si implementamos los programas para su formación a partir de un enfoque humanista antes que consumista y depredador. Los maestros, estos seres privilegiados, están llamados a desarrollar habilidades, destrezas, conocimientos, conductas y valores entre sus discípulos. Por ello, el oficio de maestro requiere ser revalorizado: la sociedad entera debe reconocer en ellos y ellas a los gestores y formadores de la nueva sociedad, la que ha de devolver la esperanza a la humanidad.  

Es impostergable enfatizar en el currículo de formación de maestros las destrezas para mantener los cambios sociales alcanzados en los últimos años. Monseñor Leonidas Proaño en Santa Cruz, Chimborazo, a comienzos de los años setenta, se planteó la necesidad de desarrollar la conciencia crítica entre los habitantes de la zona como prerrequisito para alcanzar la justicia social. Esa práctica fue primordial para luego capacitar supervisores, maestros y ‘facilitadores’ del Programa de Educación Extraescolar, responsable de la primera reducción significativa del analfabetismo en el Ecuador, el cual rondaba el 80%. El método de Reflexión Crítica, ideado por Paulo Freire, era una actividad considerada subversiva por parte de grupos que vehemente y a veces violentamente se negaban a ceder sus privilegios sobre la tierra, pese a que la Ley de Reforma Agraria había sido expedida en 1963. En esos días se produjo una de esas burbujas que de vez en cuando se forman dentro de la propia sociedad tradicional: el general Rodríguez Lara, quien gobernaba, era un militar progresista que creía en la justicia social y su mandato tenía la capacidad de dar pasos importantes hacia ella. Constantemente los planificadores se preguntaban cuáles eran los contenidos más apropiados para formar maestros y ‘facilitadores’ comunitarios capaces de provocar la deseada transformación. En un “círculo de estudio” (grupo de discusión) se preguntaba: “¿Qué les gustó de lo que aprendieron en el reciente curso?”. Una de las respuestas fue la de Don Pedro: “A ver ojo del blanco”. Luego explicó mirando fijamente a su interlocutor: “Sí, aprendí a ver ojo del blanco sin tener vergüenza”. Solo entonces fue claro que la destreza a la que él se refería era la de relacionarse de igual a igual con alguien de la sociedad dominante, algo completamente negado a los pueblos ancestrales desde la conquista. Esta metodología sería más tarde conocida en ciencias sociales como “investigación etnográfica”, la cual permite conocer y entender mejor a quien aprende.  

Un cambio en la sociedad se produce, en primera instancia, si existe una generación capaz de expresar a través de las urnas (o las armas) su disconformidad. Sin embargo, para que ese cambio se sostenga en el tiempo no es suficiente la disconformidad. El cambio duradero hacia una sociedad sustentable que favorezca a los menos privilegiados exige más: la existencia de una generación capaz de convertir la ideología en práctica concreta. La educación —y los maestros— tienen precisamente esa misión, la de contribuir a sostener el cambio social alcanzado.

Los maestros, igual que los padres de esta generación, consolidarán la democracia en la que surja la cultura de equidad, solidaridad, respeto al derecho ajeno, humildad, igualdad de género, austeridad, aceptación. En resumen, una generación consciente de que no hay futuro si no hay armonía entre los humanos y entre estos y la naturaleza. (I)

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