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El Telégrafo
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Los medios de comunicación, la publicidad y el marketing se han adueñado de nuestros hábitos

El 'chuchaqui de la Navidad', el momento para darle un vuelco positivo a la vida

El aspecto humano y espiritual de la Navidad debe prevalecer sobre el marketing. Los anuncios comerciales se han adueñado de hábitos compulsivos y ostentosos.
El aspecto humano y espiritual de la Navidad debe prevalecer sobre el marketing. Los anuncios comerciales se han adueñado de hábitos compulsivos y ostentosos.
Fotos: Cortesía Ministerio de Inclusión
27 de diciembre de 2015 - 00:00 - Redacción Buen Vivir

La resaca, ‘goma’ o desvelo, mejor conocida como ‘chuchaqui’ en Ecuador, se define como el malestar producido por la ingesta de alcohol. Por el uso constante, esta palabra se aplica a variadas situaciones que implican frustración: hay chuchaqui seco, chuchaqui emocional, chuchaqui de exámenes y, uno muy doloroso, el ‘maldito chuchaqui’, aquel que evoca varios excesos, además del desvelo en sí mismo. Todo chuchaqui implica alguna forma de arrepentimiento, de culpa, algo que hicimos mal u omitimos realizar en un momento dado. Pero el chuchaqui que reúne varios de los elementos que nos mortifican es el ‘chuchaqui de la Navidad’, y ese no se lo deseamos a nadie.

Diciembre llega para muchos cargado de alegría por diversas razones: para algunos es el final de año, para otros, quizá la mayoría, es el mes de una celebración única, la Navidad. Esta festividad, la más importante de la tradición cristiana, marca el nacimiento de Jesús, hijo de Dios y quien pagaría con su vida el precio de nuestros pecados. Pero la Navidad no es solo celebrada por creyentes, sino también por personas sin ninguna afiliación religiosa. Y podemos decir que la Navidad genera alegría sin importar nuestra religión, pretende unir a las familias y motivarnos a compartir con aquellos que amamos.

Desafortunadamente, la Navidad, para muchos, se ha convertido en la gran excusa para comportamientos ajenos al espíritu original, tales como: el exceso de consumo de comidas, bebidas y compras innecesarias. Se ha vuelto una excusa más para comprar regalos que, muy probablemente, no tendrán utilidad para la persona que los recibe, para decorar el hogar con luces que aumentarán el consumo de energía y organizar cenas para invitar a personas por compromiso. Hemos hecho de la Navidad una tarea, una obligación. Pero luego que las invitaciones ya pasaron y nos encontramos con regalos que nos gustan a medias, ¿podemos decir que fue una Navidad llena de amor y felicidad? ¿Hubiese sido nuestra Navidad más alegre y plena sin tanta compra y tanto exceso?

De alguna manera, todos hemos contribuido a que el verdadero significado de la Navidad se deteriore debido al exceso que caracteriza a nuestros estilos de vida. Y es que hoy en día, más que en ninguna época de nuestra historia, estamos bombardeados de anuncios comerciales que nos dicen qué comer, qué vestir, qué regalar, a dónde viajar, qué auto manejar. Los medios de comunicación, la publicidad y el marketing se han adueñado de nuestros hábitos, nos han hecho consumidores compulsivos y ostentosos.

El propósito de este artículo -y lo mencionamos al final para no poner defensivo al lector- es proponerle a usted una autoevaluación de su ‘dar y recibir’, acciones complementarias en toda interacción humana. El mundo actual privilegia el consumismo y por eso funcionamos bajo el supuesto de que ‘tener’ nos hace más felices que ‘ser’. Quizás esta sea una explicación de nuestra compulsión de dar regalos en Navidad. El regalar no está en tela de juicio, puesto que una expresión del amor es el dar. Sin embargo, nuestra preocupación radica en los motivos por los que damos y el efecto que este comportamiento genera. Por ejemplo, la compulsión de dar a nuestros hijos en Navidad quizá sea una manera de compensar nuestra ausencia como padres o culpabilidad por nuestras fallas.

Esta fecha es una oportunidad para enseñar a los hijos la importancia de dar y compartir, a partir del ejemplo que den los progenitores.

Más allá de las razones de nuestro comportamiento, estamos dejando a nuestros hijos un legado de consumo desmedido que luego se reproducirá en sus vidas: ellos entrarán en el mundo laboral y harán lo mismo. Dar un objeto material resulta más fácil que ayudar a una persona a convertirse en mejor ser humano, lo cual lograríamos haciendo algo por esa persona, compartiendo un proyecto, en fin, dándonos nosotros mismos. Por ejemplo, el padre que enseña a su hija a montar bicicleta, la mamá que hornea galletas con sus hijos, les lee un cuento, les ayuda con los deberes escolares.

El ‘chuchaqui de la Navidad’ llega, por lo general, en enero, al enfrentarnos al estado de cuenta de la tarjeta de crédito. A esto se suman los rollos que súbitamente aparecen en la cintura y, a veces, dolencias más complejas. Entonces es cuando nos llega esa angustia, la ansiedad de no haber cumplido las expectativas que teníamos antes del 24 de diciembre. Esto es el ‘chuchaqui de la Navidad’. Pero si somos conscientes de esta realidad, entonces este es el momento de tomar una decisión: es la hora de comenzar a reeducarnos y reeducar a nuestros hijos.

Le sugerimos de todo corazón que se permita unos minutos de reflexión y cuestione su vida actual para llegar -ojalá- a una visión de la Navidad que se ubique más allá de lo material. Que se enfoque en el amor, en lo espiritual, en lo trascendente y no caiga en la ostentación, en el lujo y en derroches desmesurados que solo logran la desigualdad y una sensación de vacío. Este será el mejor legado que podemos dar a un hijo.

Deepak Chopra nos recuerda que “el cuidado, atención, afecto, aprecio y amor son algunos de los regalos más preciados que podemos dar y que no nos cuestan nada”. Aproveche el ‘chuchaqui de la Navidad’ para reflexionar y darle un vuelco a su vida. No permita que el marketing le robe el aspecto humano y espiritual de la Navidad, y recuerde que el objetivo de estas festividades es compartir con su familia. (O)

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