Ecuador / Domingo, 28 Diciembre 2025

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“Puñales por la espalda: De entre los muertos”, una película “crucigramática”

Pasemos al cine de intriga y de suspenso con la película “Puñales por la espalda: De entre los muertos”, también conocida como “Wake Up Dead Man: A Knives Out Mistery” en las plataformas de cine de internet. Se trata de una producción norteamericana dirigida por Rian Johnson, la tercera de una saga iniciada con “Knives out” (o “Entre navajas y secretos”) en 2019, seguida de “Glass Onion: Un misterio de Knives Out”, estrenada casi al final de la pandemia, en 2022. En otras palabras, esta nueva entrega vuelve a situarnos en los zapatos del detective Benoit Blanc (interpretado por Daniel Craig), para enfrentar y resolver otro caso, esta vez vinculado con un crimen ocurrido dentro de los muros de la Iglesia Católica.

“Puñales por la espalda: De entre los muertos” es una película laberíntica o, mejor dicho, “crucigramática”: presenta varias líneas de tensión que se van entretejiendo poco a poco, obligando al espectador a que las entrecruce y ponga atención al desarrollo de la trama. Así, la línea argumental central (y sobre la se sustenta toda la estructura de la película) sigue a un joven sacerdote, Jud Duplencity (Josh O'Connor), exboxeador que carga con el peso de una muerte accidental y lucha contra sus problemas de control de la ira. Como forma de expiar su pasado (o más bien expurgar su destino, como se sugiere en la narrativa), es enviado a un lugar remoto para observar y acompañar a otro sacerdote, el Monseñor Jefferson Wicks (Josh Brolin), una figura casi feudal ante su feligresía: carismático, sí, pero también temido por su impetuosidad y autoridad. Con estos elementos, la trama del joven cura nos introduce a un mundo recóndito, plagado de misterios y sombras que alimentan la atmósfera de intriga. Johnson, como buen artífice del suspenso, nos guía para que creamos que el conflicto futuro girará en torno a las inquietudes internas de Duplencity, sus intentos de asumir el liderazgo espiritual, e incluso, hacia el clímax, que podría ser el presunto asesino del Monseñor, “dueño” y “señor” absoluto de la iglesia y de la comarca donde ejerce su influencia.

Pero la otra línea es la de Wicks, un sacerdote sorprendente que, en efecto, se sale de lo común, ya que habría construido su propia Iglesia, imprimiéndole su personalidad y estilo. En este personaje y en su situación habría un claro guiño a la novela de Joseph Conrad, “El corazón de las tinieblas” y también, y, sobre todo, a la figura del famoso capitán Kurtz de la película de Francis Ford Coppola, “Apocalipsis ahora”, adaptación de dicha obra. Es así como descubrimos la soberanía plena que Wicks ha forjado: la autoridad que ejerce sobre todos sus feligreses los lleva, en la práctica, a respetarlo y colocarlo en el primer lugar de sus vidas. En este marco, si bien la tiranía podría generar odio, en este caso se demuestra lo contrario, donde la capacidad de convencimiento, el don de gentes y la presencia ineludible del Monseñor hacen muchos lo adoren (o al menos eso es lo que creemos los espectadores). La más ciega a sus mandatos es una devota mujer que, de hecho, habría crecido con él desde la infancia: una seguidora incondicional (interpretada por Glenn Close) una especie de muro que impide que cualquier asomo de sospecha enturbie la imagen que Wicks proyecta.

La tercera línea corresponde justamente de la devota mujer, secretaria, organizadora de la vida la Iglesia en ese remoto lugar; es una mujer ya tercera edad, enigmática, encargada de que los mandatos del Monseñor Wicks no se queden solo palabras. Y a ella habría que sumar otras líneas terciarias: por ejemplo, la del jardinero, o la de quienes acuden fielmente a la Iglesia, etc. Y más allá tales personajes, también estarían las líneas de las autoridades eclesiásticas, de la policía, y en especial, la jefa del distrito, la encargada de la jurisdicción donde se ubican el pueblo y la Iglesia de Wicks.

Repito, las líneas se entrecruzan como las de un crucigrama, donde cada serie va aportando elementos que ocultan o desvelan progresivamente distintas capas de la historia. Así, aunque nos encontremos ante un filme de suspenso e intriga, características del género negro, la maestría de Johnson, el director, reside en ponernos en los planos de diversos caracteres dotados de perfiles psicológicos complejos que otorgan densidad a la trama. Cabe señalar que la mejor literatura, o el mejor cine de género negro, no gira en torno a la mera exposición de crímenes, ni a la resolución detectivesca o policial, sino a la indagación pormenorizada de las motivaciones humanas, así como a la exploración de aquellas oscuridades que, desde lo sicológico, atraviesan al ser humano. Y de eso trata “Puñales por la espalda: De entre los muertos”: si bien sabemos quién es la víctima, (hecho que pronto nos lleva a pensar que existe una justicia divina ejercida contra quienes son moralmente repudiables y que incluso puede provocarnos cierta satisfacción), en el fondo intuimos que nadie, en realidad, está exento de culpa, peor que ninguno puede proclamarse santo ni feligrés irreprochable (cuestión que también involucra al espectador). En este sentido, la película rinde homenaje, además del ya nombrado Conrad, a las tramas clásicas de Agatha Christie, en particular a “Y no quedó ninguno”.

La cuestión, entonces, radica en los entresijos que subyacen a las distintas líneas argumentales. De este modo, la que corresponde a Wicks (contra lo que inicialmente podríamos suponer, al centrarnos en el joven cura) se revela como la primordial. Su confesión en el jardín (insisto muy al tono de Conrad y de Coppola) nos permite descubrir que se trata de un sacerdote que busca restablecer el carácter humano y no solo ritual de su oficio: se masturba, experimenta deseos que él mismo califica de “malos”, ejerce autoridad con mano firme y, al mismo tiempo, sostiene ideas liberales y heterodoxas. Es, en cierto modo, una suerte de Jesús mundano (aunque suene a contradicción), hecho que se corrobora simbólicamente con el crucifijo, a la cabeza del altar, que ha sido retirado, dejando solo una huella de su ausencia, como testigo mudo de una fe despojada de su icnografía central. Al igual que un mesías terrenal, Wicks tiene a sus feligreses comiendo y bebiendo de sus manos. Pero pronto, uno se pregunta, ¿qué extraña relación se establece entre él y la mujer devota, además esta desde su temprana edad acompañándole ciegamente? ¿Pedofilia? ¿Amor incondicional? ¿Dependencia mutua alimentada por temor a la soledad? Por otro lado, su postura es, ante todo, crítica hacia la Iglesia institucional: es sincero, idealista, y cree firmemente que la redención puede alcanzarse por un camino tangencial, incluso disidente, respecto a la tradición establecida.

¿Y qué decir del joven cura? Sabe que está destinado a reemplazar a Wicks, pero la carga sicológica que arrastra una muerte cuando habría ejercido tempranamente el boxeo, nos hace pensar en alguien que trata de quitarse ese destino de encima. Sin embargo, hay en él algo más: un conflictivo manejo de la ira, una necesidad de imponer su propia autoridad, y una inquietud casi obsesiva por saberlo todo. ¿No es, acaso, una especie de espejo distorsionado de Wicks? Su verdadero conflicto no radica solo en enfrentar a la autoridad de ese Monseñor local, sino de confrontar a la Iglesia misma, institución de la que forma parte y la representa, cuyos cimientos morales y jerárquicos parecen tambalearse ante sus propias sospechas. En cuanto a la mujer devota, pronto nos damos cuenta de que ella es mucho más perversa que cualquiera de los personajes (de hecho, la perversidad se erige como una impronta transversal en toda la trama de la película). Su agenda oculta había estado sin ser develada hasta el momento del crimen y, es precisamente esa revelación que otorga a “Puñales por la espalda: De entre los muertos” una característica singular: no es un filme más del montón, sino una obra que nos interpela, desafiándonos con preguntas incómodas, abiertas y actuales.

La pregunta más significativa, en todo caso, gira en torno a la muerte, no como acabamiento de todos los problemas, sino como una tensión constante: algo que permea el pensamiento cotidiano y que condiciona las decisiones que se toman. Pese a las convenciones eclesiásticas, Wicks aspira construir una iglesia viva, una especie de utopía para el mundo sacerdotal contemporáneo; por su parte, la tarea del joven cura, Duplencity, consiste (contra todo lo que se pueda pensar) en intentar restaurar la tradición. Pero insisto: si entre ambos personajes operan juegos de espejos, sus significaciones son complejas. Tanto la utopía del sacerdocio terrenal como la del sacerdocio celestial están, en el fondo, impregnadas por el sentido de la muerte: es decir, del morir entendido como renuncia, más no como mirar atrás. Aquí, el problema existencial se amplifica. Mientras Wicks adopta una postura frontal y conscientemente crítica contra la Iglesia, Duplencity comprende que, dentro de la propia institucionalidad a la que pertenece hay ocultamiento, hipocresía e incluso cinismo. La mujer devota, contra toda apuesta, entonces, da una respuesta radical a todo el embrollo: encarna el simulacro perfecto del ser humano contemporáneo en el que se balancea la fe y el materialismo. Para ella, la solución es eliminar aquello que ha devenido en mal. Dicho de otro modo: la fe en algo superior exige la muerte, sea esta simbólica o literal. No es casual, entonces, que el detective Blanc se presente como una figura distante tanto de la fe como de las instituciones que la alientan y proclaman. Lo interesante es su manera de encarar el caso (su contraparte reflexiva es la oficial de policía): su actitud es a veces contemplativa, a veces interpelante, pero siempre desde una postura interrogativa. La incógnita, sin embargo, es con quién se identifica el espectador. Evidentemente, no es posible tomar partido por nadie. Y justamente esa imposibilidad, digamos, esa ambigüedad moral irreductible, es otra de las características que definen la esencia del género negro.

Unas palabras finales: “Puñales por la espalda: De entre los muertos” aunque tiene mucho de comedia, en sentido de que es la exposición de lo más deleznable, constituye un ejemplo sugestivo de cine negro, en tanto lleva a develar aquello que no se dice abiertamente, es decir, lo que se oculta a plena luz del día. Se le podría ubicar, de esta manera, dentro del goticismo contemporáneo, si se lo entiende, como la manifestación artística de una crisis existencial colectiva. La película, en efecto, refleja los dilemas de la Iglesia contemporánea, aunque la estrategia sea la de la ficción detectivesca, crímenes de por medio.