ABSURDISTAN: Donde lo único predecible es la sorpresa
La política ecuatoriana es una coreografía tan cambiante que incluso los acróbatas del poder terminan mareados y con vértigo, en este país, lo estable se evapora al día siguiente y lo impredecible se convierte en norma.
Desde la dolarización del 2000, hasta los pactos de pasillo que duran menos que un noticiero o los dos peces de hielo de Sabina, aquí en la mitad del mundo, “la partida termina antes de que aprendas las reglas”, tal como advertía Giovanni Sartori, ese defensor pragmático de la estabilidad institucional en medio de la incertidumbre democrática.
La volatilidad electoral y la fragilidad de los partidos son el combustible perfecto para este caos organizado, porque cuando la fidelidad partidista es un espejismo, cualquier outsider puede irrumpir, instalarse y desaparecer con la misma velocidad, a esto se suma el personalismo, liderazgos que concentran carisma, poder y prontuario, a veces en el mismo paquete. En el Ecuador cuando alguien decide dar un golpe de timón, el tablero entero se desdibuja y redibuja ipso facto.
En medio de este ambiente etéreo, no es extraño que por ahí salga algún asambleísta y anuncie la tan ansiada “concertación” legislativa, declarando lleno de orgullo: “Hemos logrado un acuerdo histórico, todos estamos de acuerdo en que debemos ponernos de acuerdo”, sería una revelación mística de unidad nacional, aunque lo más probable es que, el mismo legislador reaparezca circunspecto y fúnebre para anunciar: “El acuerdo se rompió porque nunca hubo acuerdo”. Y así, entre tautologías patrióticas y consensos evaporados, el país se mantiene en su estado natural: la improvisación elevada al status de sistema operativo.
El componente económico tampoco falla como motor del desconcierto, la dependencia del petróleo, los vaivenes del crudo y las tensiones fiscales vuelven incierta cualquier planificación, cuando el barril baja, los discursos cambian de tono, cuando sube, el entusiasmo se dispara, es un péndulo que no respeta ideologías.
En la trastienda sociológica, Luis Bossano ya había advertido -con lucidez que hoy suena profética- “es necesario reconocer la realidad causal de las fuerzas biológicas… que se proyectan en lo individual y en lo colectivo” en la política ecuatoriana basta con reemplazar “biológicas” por “populares” y se encontrará la razón para las oleadas repentinas de indignación, simpatía o hartazgo, siempre capaces de entronizar o destruir a un liderazgo en cuestión de horas.
Para redondear el retrato, la literatura ecuatoriana también dejó su advertencia, Alfonso Barrera Valverde en “El país de Manuelito” escribió: «Se sabe que el más cuerdo de los sitios es aquel donde todos tienen libertad de cometer sus mejores locuras», esta frase parece hoy una radiografía del sistema político criollo, la locura es libre, la cordura debe pedir permiso.
En definitiva, el Ecuador no necesita hacer revoluciones, ya las hace cada mañana, sin aviso previo ni manual de usuario. La sorpresa es rutina, la incertidumbre es doctrina y el vértigo es la única constante en un país donde lo predecible envejece rápido, la política sigue siendo el arte de improvisar con convicción, sea o no sea verdad…