“No sé quién eres”
A la luz de la fe católica (la cual profeso), el ser humano, al llegar el día de su fecha de caducidad (fijada al nacer), dejará su estuche (el cuerpo) y partirá de este planeta; se presentará ante Dios para someterse a un enjuiciamiento personal, en justicia, y tendrá una sentencia: o la salvación eterna (la entrada por la puerta estrecha) o la condenación eterna. Me voy a enfocar, en esta oportunidad, en la llegada para la condenación eterna.
Y es que la perdición por los siglos de los siglos no es una broma. No es una historia para despertar miedo -usada frecuentemente en los niños-. ¡Es real! Hay mentiras del tamaño del universo que circulan por las calles de la vida, las cuales apuntan a que “todas las personas se salvarán porque Dios es bueno”, o, “al morir, se acaba todo sufrimiento, y la morada de las personas es el descanso para siempre”, e inclusive: “el infierno no existe; aquí en la tierra está el infierno, y cuando las personas fallecen se dirigirán al cielo para estar con Dios y cuidarán desde allá a sus seres queridos en la Tierra”. De similar calibre existen aseveraciones falaces que más se acercan a la ciencia ficción que a la verdad, como por ejemplo: “Inmediatamente después de morir, Dios mira a la persona con amor, y le abre la puerta del cielo”. La palabra de Dios consagrada en La Santa Biblia es explícita y sumamente clara (parafraseando al San Lucas 13, 22-30): aunque la persona manifieste que ha sido “amig@” de Dios, Él responderá: “No sé quién eres”.
Ejemplos de comportamientos humanos para tener como morada eterna el infierno (donde será el llanto y la desesperación), hay muchos, hoy en día. De hecho, parece ser que una gran parte de la sociedad se esfuerza por tender hacia la oscuridad, y por arrastrar a quiénes más pueda. Veamos cómo debemos comportarnos para que, al morir y al pedir la entrada al cielo para contemplar su rostro para siempre, Dios nos responda: “No sé quién eres”:
- Eres abogad@, y tienes como norma de vida el alargar lo más que puedas los casos de tus defendid@s, para así tener motivo para pedirles dinero por cada trámite o gestión. En buen romance: un caso que puede resolverse rápidamente, lo dilatas al máximo. Si actuamos así ya sabemos lo que nos dirá Dios
- Eres médico, y observas en todos tus pacientes una especie de fuente para alcanzar lucro, al grado de tu objetivo es prescribir largos tratamientos o llegas a recomendar intervenciones quirúrgicas como meta para la sanación, cuando son innecesarias ni mucho menos sanan. Es decir: no ayudas a sanar; más bien perjudicas. Si actuamos así ya sabemos lo que nos dirá Dios.
- Eres esposo, te casaste en el plano civil y solicitaste el sacramento del Matrimonio -eclesiástico-. Sin embargo, viste en tu esposa un objeto que únicamente te atrajo a nivel físico y sexual (poco o nada apreciaste sus sentimientos) y una mina de oro (y de dinero). Por si fuera poco, optaste por irrespetar, deshonrar, denigrar y destruir tanto a ella (en su dignidad como persona) así como al hogar formado a los ojos de Dios, al momento que dijiste sí a la infidelidad. Si actuamos así ya sabemos lo que nos dirá Dios.
- Eres padre de familia, comprometido con tu esposa, ante la sociedad (matrimonio civil) y ante la Iglesia (matrimonio eclesiástico), y empresario. Como esposo y padre de familia, has buscado ampliar la familia (procreando hij@s) pero de modo indebido: teniendo otras parejas por fuera del matrimonio. Como empresario has sido dichoso (no por tus fuerzas, sino por la gracia de Dios), pero prefieres contratar contadores y abogados amantes de las fechorías con el fin de pagar a tus trabajadores lo menos que puedas, y el evitar procesos legales que culminen en tu contra, cuando tus empleados se percatan del perjuicio. Como ser humano, has dado mal ejemplo: tus hij@s no solo que observan tu comportamiento, sino que los encaminas a que sigan tus pasos, y los corrompes. Y tus familiares, en vez de reprobar tu conducta y obligarte a ser ‘hombre’ y responder como Dios y la Ley exigen, te acolitan, adoptando una conducta igual de sinvergüenza. A todo esto, como -pésimo- catolico practicante recibes a Jesús en la Eucaristía en estado de desgracia (y no de gracia). Si actuamos así ya sabemos lo que nos dirá Dios.
Puedo extenderme y no avizoro una corta extensión. De qué nos sirve auto-denominarnos católicos, portar una cruz en el pecho, asistir y “sacar pecho” aseverando que somos parte de grupos religiosos, de comunidades religiosas o de carismas, proclamando “amar a Dios”, si con mis actos crucifico a otras personas, iguales a nosotros, y aprovecharnos de que son vulnerables, de su inocencia, o de estar pasándola mal. Al morir, Dios nos dirá: “No sé quién eres”.