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El Telégrafo
José Velásquez

La hora del debate

28 de septiembre de 2020 - 00:00

Inclinaba el cuerpo hacia adelante como queriendo invadir el espacio de su interlocutor; el tono también se iba empinando con el correr de los minutos. El mechón de la frente estaba más indomable que de costumbre y el anillo del dedo meñique hacia intimidantes coreografías en el aire. “Míreme a los ojos doctor Borja”.

Las pocas veces que nos ofrecieron un debate presidencial, asistimos realmente a un ring en el que terminó “ganando” el que más testosterona derrochó o el que ridiculizó mejor al opositor: el Rafael Correa de 2006 es una versión abaratada del León Febres-Cordero de 1984.

Que tengamos una incesante hemorragia de opinión no significa que en este país debatamos ideas y posturas. Y cuando se trata de la carrera para llegar a Carondelet yo sí quiero descubrir quién tiene la talla presidencial y quién demuestra recursos ejecutivos para lograr un mejor país. Pararse ahí no es otra cosa que una entrevista de trabajo y nosotros debemos asumir que somos un empleador exigente.

Pero hay que instaurar un mecanismo permanente y no partidista. En Argentina el debate presidencial ya es una instancia obligatoria de la agenda electoral desde el 2019. La organización sin fines de lucro Argentina Debate lo puso sobre la mesa en 2015 y ahora ya es ley. En Estados Unidos la Comisión de Debates Presidenciales creó una fórmula de discusión pública que se repite desde 1988. Se programan tres comparecencias para los aspirantes a la presidencia y una para los postulantes a la vicepresidencia. Y a nadie se le ocurriría dejar plantado a su contrincante y desairar a la democracia.

En cambio en Ecuador los candidatos rehuyen a la invitación si se sienten favoritos o aceptan pero sin ajustarse a las reglas y los formatos. En medio de la prepotencia el moderador termina convertido en árbitro de boxeo.

Una propuesta seria de debate debería venir de un organismo neutro y no desde un gremio con agenda. Todos los aspirantes deberían aceptar sin condiciones y los medios tendrían que comprometerse con la idea. Me encantaría ver que se involucre la academia.

Ojalá un debate bien diseñado permita que se caigan las caretas de los improvisados para ver si el sistema aprende a ser más selectivo. Quiero “mirar a los ojos” al candidato en su entrevista de trabajo y no conformarme con su sombra bailando mientras evangeliza desde la tarima. (O)

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