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Alicia Galárraga

El Adivino

02 de agosto de 2020

Esta semana continúo narrando la historia que comencé la semana pasada. A  mi informante, su padre siguió abusándola psicológicamente durante su adolescencia y permitiendo que otros lo hagan:

“Tenía ya 16 años y mi papá me invitó a  ir a Perú por tres días para comprarme los útiles escolares. Sin embargo, mi estancia en Chiclayo, que fue a donde nos llevó el viaje, demoró muchísimo más de tres días. Chiclayo es una ciudad peruana ubicada a 700 kilómetros de mi ciudad de residencia, Guayaquil.

Hasta ahora no entiendo cuál fue su finalidad al llevarme hasta Chiclayo y exponerme, no solo a humillaciones, sino a múltiples riesgos y abusos. Ahora lo verán: mi papá me dejó encargada en casa de una mujer con la que aspiraba a tener una relación (una más de las múltiples que tenía). Esta mujer vivía con su madre y su hermana y con ellas me quedé siete meses. Siete largos meses en los que estas mujeres me trataban como su empleada doméstica y se ensañaban todo el tiempo conmigo.

¿Y mi padre? casi no lo veía; sin embargo, les dejó instrucciones a esas mujeres para que no me permitan salir y se dio modos para hacerme sentir su presencia que más bien era opresión, control y abuso y las pocas veces que lo veía, solo se encargaba de insultarme y degradarme.

Aquí llega la peor parte, la que siempre quiero omitir y hacer como que nunca sucedió: salí a escondidas con la hermana de la chica a la que cortejaba mi papá, me llevó a una fiesta; ahí conocí a un señor de unos treinta y cinco años que decía ser colombiano y que leía las cartas; yo, con diez y seis, me creía todo. Fui a su consulta; según él, mi papá me despreciaba y maltrataba porque una mujer le había hecho daño y que la única forma de liberar a mi padre y a mí misma, era teniendo sexo con este hombre.  Yo acepté, porque creí que así curaría a mi papá y además empezaría a tratarme con el amor de padre que yo tanto añoraba y necesitaba.

Lo recuerdo con dolor y  vergüenza. Siento que debo explicar que ese hombre me lavó la cabeza ¡para violarme!; me siento asqueada, ese viejo despreciable y morboso abusó de mí. De nada sirvió mi sacrificio: mi padre me siguió tratando igual. Para mitigar el dolor,  me autolesionaba. Pero esa es otra historia…” (O)

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