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El Telégrafo
Fausto Segovia Baus

Clasismo, racismo y sexismo

04 de noviembre de 2020 - 00:00

La discriminación es un capítulo triste de la historia humana. En esencia ha sido la causa o el efecto de un tipo de esclavitud, que se expresa en el lenguaje, en las actitudes y comportamientos, que en lugar de unir, excluyen; y en vez de ser un punto de encuentro, ha provocado malestares, conflictos y mucha violencia. Se han reconocido –de las muchas que existen- tres modalidades de discriminación: el clasismo, el racismo y el sexismo.

El clasismo tiende a excluir a las personas por razones de estrato social, ingresos económicos y otros atavismos, que colocan a unas personas en condición de superioridad sobre otras.

El racismo, en cambio, preconiza la existencia de razas superiores, cuando por los estudios antropológicos, biológicos y sociales se ha reconocido la existencia de una sola raza –la humana-, como principio básico de los derechos humanos, que reconoce la igualdad ontológica entre todas las personas, independientemente del color de la piel, de la condición socio económica o cultural. Pero la discriminación racial existe y se manifiesta de muy diversas maneras. Por ejemplo, los indígenas y los afrodescendientes son dos culturas que afrontan el peso de un racismo estructural, que el Estado y la sociedad deben eliminar.

El sexismo es otra modalidad de discriminación que afecta a toda la sociedad. Ser hombre o mujer –quién lo creyera- es para unos un estigma, antes que una condición humana que otorga dignidad y posibilidades de realización. La realidad es muy diferente a las declaraciones constitucionales y legales. El macho y la hembra en la especie humana tienen los mismos derechos, aunque diferentes roles y funciones sociales, como en todo el orden natural, pero este reconocimiento no lleva, necesariamente, a concebir al sexo como un agente de dominación de una persona sobre otra.

La discriminación de género es la regla y no la excepción. El machismo se ejerce en todos los escenarios de la vida cotidiana, y casi es aceptado como algo natural. La equidad de género constituye un precepto que hace posible no solo la igualdad de las personas ante la ley, cualquiera que sea su sexo, sino la igualdad de oportunidades para hombres y mujeres, así como igual trato en el ámbito familiar, social, laboral y profesional.

¡Superar la discriminación es un reto para las familias y la educación! (O)

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