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El Telégrafo
Tatiana Hidrovo Quiñónez

Acecho al pensamiento crítico

27 de octubre de 2016 - 00:00

Mientras los socialistas trabajan en la dimensión de la realidad y por ello buscan la transformación de las condiciones concretas para eliminar la pobreza garantizando la reproducción de la vida social, los opuestos buscan convencernos de que no existe la realidad, sino solo la percepción de ella y por ello trabajan en el desarrollo de sofisticadas técnicas de programación cerebral, con el propósito de homogeneizar el mundo y fabricar humanoides consumidores, incapaces de desarrollar pensamiento crítico.

El asunto suena a ciencia ficción, pero no lo es: la neurociencia desarrollada por científicos de buena fe avanza en el conocimiento de los sistemas físicos cerebrales y la intermediación del lenguaje en la construcción de nuestras emociones y percepciones sobre el mundo exterior. A partir de este conocimiento se generan métodos de programación neurolingüística para construir deliberadamente representaciones, deseos y actitudes hedonistas para lograr la felicidad, deshaciéndonos de nuestra condición social y evadiendo el mundo real. Acompaña a esto el aparecimiento de unos tales coachs, especie de sacerdotes que orientan a las personas por medio de la programación lingüística, preformando sentimientos, emociones y desvaneciendo formas racionales de pensar.

Los designios de dominación pasarían también por imperceptibles, pero potentes formas de modificación del lenguaje por medio de prácticas cotidianas, tecnologías y pedagogías educativas. Por ejemplo, muchos de nosotros hoy organizamos y escribimos nuestro sistema de ideas mediante matrices, es decir, colocamos palabras clave en cuadraturas horizontales, porque de esa manera se facilita la relación entre ellas para procesar datos, los cuales son cada vez más demandados por el sistema. Muchas de las ideas con fines de divulgación las escribimos para el Twitter, considerando la limitación de las 120 palabras, cuya práctica exacerbada podría en el tiempo llevarnos a pensar dentro de ese esquema limitado, poco propicio para la reflexión crítica. Por otra parte, al mismo tiempo que desaparecen viejas palabras, aparecen otras nuevas, casi todas funcionales a las TIC. De esta forma se podrá creer después de a poco que tenemos una gran diversidad en el mundo, pero en realidad nos quedaremos tan solo con las envolturas de distintas culturas, que en esencia habrán perdido los significados. Tendremos por ello a lo mejor algunos viejos sonidos o unas cuantas palabras vacías colgadas en algunos museos, exhibidas como vestigios inútiles de otros tiempos.

Nuestras sociedades históricas han creado miles o quizás millones de palabras (dígase sustantivos) para nombrar las cosas; para designar las acciones y las cualidades de lo que existe en el mundo físico. Pero además, nuestros idiomas históricos nos han permitido ordenar las palabras de una u otra manera para construir los sentidos. Así mismo, hay idiomas que han sido capaces de generar más sinónimos o metáforas, por lo que sus pensadores, como dirían algunos, son más románticos, míticos, narrativos y quizás menos prácticos y matemáticos. No es casualidad que en América Latina haya tenido un desarrollo sin igual la literatura y una cierta manera de narrar el mundo. Sin lugar a dudas, uno de los recursos para ejercer la soberanía cultural, el pensamiento crítico y la libertad de pensamiento es el lenguaje propio, donde yacen los nombres de las cosas que sirven para designar, comprender y pensar nuestro mundo y realidad histórica. Por ello, conservar nuestros lenguajes en su complejidad y sustrato profundo es un asunto de alta política, para salvarnos de los designios neocoloniales. Por algo Chomsky anduvo hace tiempo estudiando el asunto del lenguaje. (O)

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