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El Telégrafo
Orlando Pérez, Director de El Telégrafo

Un jugo de naranja para Rodas en el gran estadio del Aucas iluminado

08 de mayo de 2016

Una pregunta recorre el norte y sur de Quito: ¿Por qué Rodas no soñó de chiquito con ser alcalde de Quito? Y la respuesta se construye cada día con más fuerza con las palabras de Jaime Durán: “Apenas conoce la ciudad”. Y entonces, ¿por qué quiso ser Presidente de Ecuador desde chiquito? ¿Porque en México le encandilaron unos financistas y una fundación que ahora desapareció?

Esta semana se cumplirán dos años de su gestión como alcalde de una de las ciudades más bellas y complejas del mundo y todavía no nos queda claro qué proyecto urbano está en la cabeza de quien, queriendo ser Presidente, usa la Alcaldía como trampolín para pasar al otro lado de la Plaza Grande.

Y cumple este segundo aniversario metido hasta el cuello con el ‘caso jugo de naranja’. ¿Se nos olvidó ese afán, de última hora, de construir un paso elevado por encima de la Plaza Argentina, el puente por un costado del túnel Guayasamín? Lo de hoy es el jugo de naranja embotellado que el Municipio intenta prohibir y con ello dejar sin trabajo a los emprendedores, con otro afán: favorecer a las empresas embotelladoras de jugos y refrescos azucarados, hacerle asco al trabajo de la calle porque un diario capitalino, muy sobrio y dietético, le acolita en estas tareas para que los longos no se hagan millonarios y compitan con los amigos del Alcalde.

El ‘caso jugo de naranja’ solo revela la precariedad de la gestión municipal, una visión elitista del equipo de Rodas (donde no están ausentes ni son ajenos aquellos experiodistas de Teleamazonas y El Comercio que son sus más fieles consejeros) y el no entender a una ciudad que no se parece a otra y que en su propia dinámica demanda opciones y soluciones auténticas y creativas.

Claro, con los puentes a desnivel, volvemos a rememorar a Sixto Durán-Ballén (gran consejero y padre putativo de Rodas en cuestiones de urbanismo) y sus edificaciones de puro vidrio y cemento que quisieron inundar el Centro Histórico y La Mariscal porque siendo oriundo de Washington veía feas la casas republicanas con techo de teja, paredes de adobe y portales de madera. ¿Será Sixto el consejero de tumbar las paradas del ‘Trole’ para poner unas urnas de cristal o de dejar destruir los centros Cultural Metropolitano y el de Arte Contemporáneo para privatizarlos y contruir ahí unos hipermalls?

A mitad de período, estos dos años son una prueba de qué se quiere y qué se puede. Y si solo quiso ser una figura mediática, multicolor y neutra para pasar a Carondelet, pero quizá repita la historia de esos alcaldes que con ese mismo afán se quedaron en la vereda y no volvieron ni de concejales.

En estos dos años, Quito ha perdido: no tenemos un proyecto movilizador (ni siquiera el Metro es obra suya porque de inicio dijo que no le convencía), una ilusión como comunidad (los consejos de desarrollo comunitario, los ‘Sesentaypiquito’ y los de género y juveniles desaparecieron) y mucho menos una gran obra para solucionar de raíz el grave fenómeno de una ciudad hecha para los vehículos privados y no para los peatones. Bastaría visitar el Cumandá para saber cómo abandonó ese símbolo de confluencia barrial o saber cuánto se gasta en La Carolina para quedar bien con los vecinos de la zona cuando en realidad es el parque de los pobres que luego de las cinco de la tarde hacen largas esperas en las paradas de buses para regresar a Carapungo, a los ‘comités del pueblo’ o a los ‘arrabales’ del noroccidente.

 Quito tuvo un impulso cultural enorme en la última década, con una serie de complejidades y hasta de contradicciones. Ahora eso no existe, ni de lejos, porque Rodas cooptó a unos gestores culturales bien ‘posmodernos’ que en el fondo solo querían financiar proyectos para sus panas y a la larga intentaron ‘dar haciendo’ cultura para un alcalde que posiblemente no sabe quién escribió En la ciudad he perdido una novela, la obra más representativa del ‘urbanismo’ quiteño de los años treinta.

No ha cumplido eso de hacer de Quito una Viña del Mar. Menos aún movilizar a los artistas e intelectuales en un proyecto sobre la ciudad imaginada e imaginaria que todos los días suponemos debemos construir. Mucho menos ha logrado que sus medios públicos municipales atraigan a los grupos y tribus urbanas. No, esos medios son para pagar favores a sus entrevistadores y asesores de imagen.

Dice uno de sus cercanos colaboradores que nunca fue al estadio del Aucas en el sur de una ciudad por él desconocida, pero le quiere poner luminarias para que juegue en la noche con la Liga, su equipo. Y él mismo (su colaborador) comenta que eso lo ilusionó tanto que habló hasta con los mismos dirigentes de la Liga para que se solidaricen con los “pobres” del Aucas y ayuden a poner unas luces, aunque sean de neón, en ese estadio del sur.

¿Quiere repetir lo que hizo su líder socialcristiano, Jaime Nebot, quien financió la construcción del estadio del ‘Auquitas’ cuando quería ser presidente de Ecuador? ¿Sabrá Rodas cuánto puso Nebot para esa obra y cómo tuvieron que financiar la terminación los hinchas y dirigentes?

Si su afán es usar el estadio del Aucas para ganar las elecciones presidenciales y hacer realidad su sueño desde chiquito, deberá tomarse un jugo de naranja en todas las esquinas donde ahora florecen con más entusiasmo los vendedores tras las deplorables declaraciones de su secretario de seguridad, quien dijo que hay una ‘mafia de peruanos’ detrás de estos emprendedores. Y por qué no, debería servirse una tripa mishque también, no le caería mal.

Triste festejo el de Rodas en sus dos años como alcalde, si le toca (para pasar el trago amargo) brindar con jugo de naranja  en una esquina de la ciudad que no conoce desde chiquito. (O)

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