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"La vida de todas las personas es un cuento"

Ángela Arboleda, en el estudio familiar, donde siempre tiene a mano un ejemplar de El Quijote de la Mancha.
Ángela Arboleda, en el estudio familiar, donde siempre tiene a mano un ejemplar de El Quijote de la Mancha.
Foto: Karly Torres / El Telégrafo
20 de diciembre de 2016 - 00:00 - Redacción Cultura

Ángela Arboleda (Guayaquil, 1969), cuando habla, nunca tiene quietas las manos. Cada palabra suya va acompañada de un movimiento, como si estuviera actuando o quisiera graficar mejor sus ideas.

Está convencida de que su vida, como la de todo el mundo, es un cuento y, como tal, la narra.

Hay aspectos fundamentales en ella que determinaron que, tras asimilar una labor sin antecedentes, se hiciera cuentera: “Los abuelos eran unos de Salitre y otros de Daule”. De tal forma que la búsqueda de los saberes ancestrales le vino casi que por vía intravenosa.

Otro aspecto decisivo fue la presencia, después, en su casa, de una trabajadora de nombre Carmen, también oriunda del campo, quien fue nutriendo su pasión por todo lo que significaba el mundo rural, pero en especial las leyendas, esas que se transmiten por vía oral, desde las del Tintín hasta las del hombre al que le decían ‘Brazo de mono’ y que en un día podía fabricar una canoa.

Con tales cimientos, a Ángela    Arboleda no se le complicó el aprendizaje de mil y unas historias relacionadas con el mundo montuvio, no solo de la Costa, sino también de la Sierra, de la Amazonía y hasta del lejano Oriente.

“Yo recojo todo lo que se puede contar, no importa la zona, aunque, claro, por la cercanía familiar, hay cierta preponderancia por las leyendas del litoral ecuatoriano”.

Vinculada con el teatro y con la danza desde joven, un día descubrió que estos ya no llenaban sus expectativas y armó maletas hacia otros lares en los que pudiera encontrar condigna respuesta a sus inquietudes como narradora.

Entonces salió del país y se fue a recorrer varios lugares, entre ellos, Argentina. Allí encontró en la narradora Ana Padovani la persona perfecta para desarrollar sus actitudes. Estudió con ella y el resultado fue un perfeccionamiento en el arte de narrar, algo que, según ella, no se puede enseñar, pues primero debe haber las ganas de contar algo, la vocación por transmitir. “Lo fundamental es eso. Es decir, se puede enseñar ciertas técnicas, pero lo principal debe nacer con uno”.

Consecuente con esta preparación profesional, Arboleda sabía que no solo los libros iban a darle cabal formación, pues lo principal debía salir de la boca de quienes ella llama “los sabedores”, es decir, las personas mayores del campo que acuñan añejos conocimientos.

“Recorrí recintos, pueblos, cantones, todos los lugares posibles para aprender de ellos cuanto saben, sus tradiciones, cuentos, leyendas, costumbres, mitos”.

Con esta preparación, en 2003 creó Un Cerro de Cuentos, un festival del que tiene los mejores recuerdos, no solo por lo que le significó como narradora oral, sino porque creó un precedente en la historia cultural del Ecuador.

“Primero teníamos que ir a ver a los narradores a sus países, así que pensé que mejor era que ellos vinieran acá. Lo hicimos en el cerro Santa Ana, cerca del Guayas, por todo lo que significa el río, como las leyendas, que siempre están yendo y viniendo”, precisa Arboleda.

El festival agrupó a los mejores narradores de Sudamérica –entre ellas la propia Ana Padovani, de los de afuera, y Raymundo Zambrano, de los nacionales– y tuvo una masiva recepción del público.

Sin embargo, como si su destino hubiera sido fijado para existir poco tiempo, el festival solamente duró 10 años, hasta 2013.

¿La razón? Simplemente un agotamiento integral del que solo su creadora puede dar testimonio.

“La organización y coordinación del evento me significó grandes esfuerzos, económicos, físicos y hasta familiares. A nosotros nos tocaba  financiar todo, desde el alojamiento hasta la movilización de los invitados. Estaba con mis tarjetas en rojo y cuando llegaba a casa lo único que quería era dormir, descansar”.

A todas estas dificultades, Arboleda añade las peripecias burocráticas que tuvo que pasar, pues en muchas ocasiones el financiamiento tardaba meses en pagarse.

“Era terrible. Por ejemplo, la obtención de un permiso por parte de la Junta de Beneficencia dependía de una jovencita que de arte no sabía nada, pero había que aceptarlo”, cuenta Ángela, quien, no obstante, tras finalizar Un Cerro de Cuentos, ideó Un Cerrito de Cuentos, dedicado solo a los niños.

Al final le queda la satisfacción de que, con su trabajo como cuentera, ha dejado sembrada una semilla “que seguirá dando frutos”. (I)

Datos

Ángela Arboleda tiene un posgrado en Gestión Cultural por la Universidad Internacional de Cataluña, Barcelona, España, y es licenciada en Comunicación Social de la Facso.

Producto del taller literario que tuvo con  Miguel Donoso presentó en 2008 su primer texto en solitario Nadie sabe qué hará mañana. Antes había publicado sus cuentos en ‘Mensaje en una botella’.

Sus narraciones y cuentos recorrieron  festivales de oralidad en Ecuador, México, Cuba, Costa Rica, Venezuela, Colombia, Perú, Uruguay, Argentina, España y Francia.

En 2011 se hizo merecedora de la Condecoración al Mérito Cultural otorgada por la Gobernación del Guayas 2011. Preside la Corporación Cultural Imaginario.

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