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Literatura

Pesadilla y poetas en la novelística de Adolfo Macías

Adolfo Macías en su casa del tradicional barrio quiteño San Juan. Foto: John Guevara.
Adolfo Macías en su casa del tradicional barrio quiteño San Juan. Foto: John Guevara.
03 de noviembre de 2014 - 00:00 - Fernando Escobar Páez. Escritor

Antes de la sombra final, estabas tú, carne de perro. Te vi antes de que nacieras y supe lo que eras: un niño asustado en un cobertizo, aferrado a las piernas de un adulto que lo aterroriza y lo obliga a hacer cosas lamentables hasta convertirlo en un despojo.

La vida oculta

 

Aunque la pesadilla es un mecanismo de supervivencia que evita el colapso de nuestra civilización, si no se desfoga a través de una narrativa —entendida en el sentido amplio, no estrictamente literario—, engendra avisos publicitarios que someten a la gente y también sicóticos incapaces de sentir empatía. Esto lo conoce de primera mano el escritor guayaquileño Adolfo Macías Huerta (1960), pues su experiencia como publicista durante 15 años estuvo estrechamente relacionada con su lenta y casi definitiva degradación vía excesos de oficinista, donde aprendió que la autodestrucción no es siempre patrimonio del lumpen.

Su infancia en Guayaquil estuvo marcada por el silencio y la sensación de no pertenencia respecto a su familia porteña, enfocada en alcanzar los estándares de éxito burgués e incapaz de entender que un niño perdiera su tiempo en ficciones. Entonces aparece Quito como vía de escape, tanto para Adolfo como para su madre, la pintora mexicana Guadalupe Huerta. El introvertido aprendiz de escritor no sospechaba que venía a una ciudad triste y secreta en su turbiedad, llena de veredas y tugurios donde conversaría con personas que buscaban la muerte.

La obra novelística de Macías Huerta(1) está atravesada por la conciencia de la pesadilla redentora y por una figura arquetípica: el poeta joven, siempre desafiante y enamorado de espejismos, condenado a sufrir como animal de laboratorio conectado a electrodos y vicios inconfesables. Esto no es casual, pues el propio Adolfo empezó su trayectoria como poeta, más en cantinas que en publicaciones(2) y talleres literarios. En sórdidas mesas departía con Ernesto Rivadeneira y con el malogrado Pedro Moreno. Hoy las mesas en las que se reúne con los poetas son menos sórdidas, pero nunca falta el idiota sagrado que carga una llave blanca en la que brilla un abismo del porte de la nariz de los bardos. De allí nacen los poetas ficticios que sufren en Laberinto junto al mar, El grito del hada y su más reciente engendro: el desopilante Delfín Tonato, un híbrido entre Ignatius Reilly y Alex DeLarge(3), atrapado en sus traumas infantiles, mucho más escarpados que las montañas que rodean a Quito, escenario de la mayoría de sus fechorías. Tonato, en lugar de curar sus heridas, las alimenta para que, convertidas en abscesos, sean adornos en su delirante guerra contra el género femenino:

 

Queridas damas feminazis: basta ya de quebrantos. Lucifer sabrá compensar a Clarita Culieva por sus fechorías libidinosas, otorgándole un tercer seno y el apetecido milagro de la vagina dentada, para que baje entre las llamas del cielo, el día del Juicio Final, junto a Godzila Cosmocrator. Ahora vuestra amiga conocerá otras latitudes, coleccionará escrotos de sabores y será parte del ganado de Kali. Amo a la vaca obediente que me desprecia con sus cánticos. ¡Salve, salve, oh, Godzila San, patrón de la Zona Infrarroja!

Precipicio portátil para damas

 

Ya sea a través de sectas, como en Pensión Babilionia(4)o por premio cívico, como en la novela distópica Laberinto junto al mar, el concepto de ‘buen morir’ es la puerta por la que ingresan seres grotescos pero iluminados por una verdad terrible: solo quienes aceptan el parto de las tinieblas pueden aspirar a la divinidad.

Para La vida oculta y El Dios que ríe, Macías recurrió a diversas técnicas narrativas. El anuncio publicitario y la nota periodística son formatos tan válidos como la poesía para expresar la abyección. En La vida oculta se narra la vida paralela de dos adictos a una droga biológica, inoculada por los misteriosos arqueópteros administrados por el Estado y que conduce a un estado de beatitud preadánica. Los ‘pacientes’ atraviesan todas las fases del consumo hasta convertirse en desechos sociales. Sin embargo, el odio consigue salvar a uno de los personajes, el cual, motivado por su deseo de venganza, frena su adicción y ordena su vida. Comprende que para cerrar el ciclo debe matar, ya no a su torturador, sino a un niño que le recuerda lo que él fue: una criatura abusada.

El Dios que ríe nos presenta a unas siamesas, una de las cuales debe morir para salvar a la otra. Inicialmente, su madre opta por lo lógico: sacrificar a la más débil. Pero la decisión cambia a último momento. La psicología nos ha enseñado que normalmente el hermano que sobrevive suele sentirse culpable, pero en este caso se narra una usurpación de personalidad, una ‘posesión’ y no un trauma. La sobreviviente se vuelve famosa coleccionando amantes y trabajando en un show de porno comedia y esta novela es su diario.

 

La relación entre máscaras y la persona funciona como el crecimiento del árbol, en el cual los anillos dejan de ser la superficie visible para componer el núcleo de su futura expresión. Lo que era corteza es ahora la savia de la que se nutre su vida interior; la máscara se vuelve una musculatura secreta.

El grito del hada

 

El grito del hada, la novela más autobiográfica de Macías, trata sobre cómo la vanidad nos lleva a utilizar quienes amamos para autoconvencernos de ser mejores de lo que en realidad somos. En este proceso creamos pequeños Armagedones que al final nos pagarán con soledad. La teratología del amor nos conduce a ese momento cuando la Musa se transmuta en Melusina: un ser mitológico que salva y condena al mismo tiempo, monstruo del que deberíamos huir, pero al que esperamos cada noche para que venga a retozar en nuestras ruinas.

Las oscuras alas de la Melusina ofrecen la anhelada destrucción que nos salve del trabajo mediocre, de los amigos a los que no queremos ver, del pusher que jamás contesta el teléfono, de la inutilidad de tener hijos que —al igual que nosotros— van a morir.

En la actualidad Adolfo renunció a esa falsa elección de vida que era la publicidad y se dedica a ejercer la psicoterapia, profesión a la que atribuye su habilidad para crear personajes con pesadillas propias.

Una faceta poco conocida de este autor es la de cineasta empírico con Trailler 2 y Clown Down, cortometrajes que realizó en colaboración con Tito Molina; y el censurado(5) mediometraje Maldita sea, realizado con apenas $ 5 mil que dio como auspicio una marca de jabón para lavar ropa. En estas obras se observan demonios e inquietudes distintas a las de su narrativa.

Notas:

1.- En cuentos ha publicado tres libros de corte fantástico: La invención de Midril, El examinador y Cabeza de turco.

2.- A inicios de los noventa publicó los poemarios En la fuente de carbón el cielo y El parto de las tinieblas / el parto de la luz.

3.- Personajes de La conjura de los necios, de John Kennedy Toole y de La naranja mecánica, de Anthony Burgess, respectivamente.

4.- Novela de próxima publicación y que fue galardonada como mejor novela por el Sistema Nacional de Fondos concursables del Ministerio de Cultura en 2013.

5.- Un periodista sensacionalista de la televisión que actuó en el mediometraje se dio cuenta de que había sido ‘ridiculizado’ —en realidad, su personaje es un fiel retrato de lo que exhibe en pantalla todas las mañanas— y movió sus contactos para que no fuese transmitido, pese a que el filme ya había sido comprado por el canal donde trabajaba.

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