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El Telégrafo

Teresa, una abuelita que no se cansa de correr (Galería)

María Teresa Burbano corre todas las mañanas en el Parque La Carolina, al norte de Quito. Fotos: Andrés Darquea
María Teresa Burbano corre todas las mañanas en el Parque La Carolina, al norte de Quito. Fotos: Andrés Darquea
28 de septiembre de 2014 - 00:00 - Andrea Rodríguez

Nació para correr. Lo supo desde que participó por primera vez en una competencia atlética. Estaba nerviosa, pero confiaba en su preparación física. Tenía 60 años, pero sentía que su resistencia era equiparable a la de una veinteañera. No se equivocó, pues llegó a la meta, sin mayores signos de cansancio, después de correr sin parar 15 kilómetros. Cuando María Teresa Burbano decidió dedicarse al atletismo ya era una abuelita sexagenaria. A esa edad algunas mujeres prefieren llevar una vida sedentaria y otras han abandonado toda práctica deportiva por los achaques propios de la edad.

María Teresa fue contracorriente y se sometió a los entrenamientos. No hubo poder humano que la convenciera de lo contrario. ¿Si sus hijos corrían, por qué ella no? Durante muchos años, solo se limitó a alentar a sus hijos durante las competencias: cada vez que ellos corrían, los sorprendía en medio de la carrera con botellas de agua para que se hidraten. Uno de sus hijos es un reconocido atleta y ha ganado varias competencias. Se trata de Silvio Guerra, especializado en pruebas de fondo y, en particular, en maratón y media maratón, quien, además, ha participado en cuatro Juegos Olímpicos.

También están sus otros hijos Vladimir, Vilma y Liliam; todos han competido como deportistas de élite y han cosechado varios triunfos. Vilma Guerra fue la primera en incursionar en esta disciplina. Los otros siguieron sus pasos. Ahora Vilma es la entrenadora personal de María Teresa. Siempre está pendiente de su condición física, de su alimentación y de sus marcas. En compañía de sus hijas Vilma y Lorena, María Teresa corre todos los días, desde las 06:00 en el Parque La Carolina. El ejercicio empieza apenas salen de la casa, ubicada en la calle Mañosca. Nunca toman taxi ni transporte público, prefieren trotar hasta el parque. En menos de 20 minutos llegan a la Cruz del Papa, el sitio donde se reúnen muchos aficionados al atletismo para empezar a entrenar. Después de realizar un calentamiento previo, indispensable para evitar lesiones, empiezan a correr. La práctica dura alrededor de una hora. Cuando finalizan vuelven a estirar los músculos y regresan caminando a casa.

Cuando María Teresa comenzó a entrenar, sus hijos se sorprendieron. Fue una decisión que surgió después de una experiencia, nada grata para esta deportista. Tras acompañar a su hijo Silvio durante una carrera de 15 kilómetros y enterarse que llegó en el primer lugar, quiso ingresar al Estadio Olímpico para felicitarlo, pero se lo impidieron. “Tenía tantas ganas de abrazarlo, pero los policías me dijeron que aunque sea la mamá no podía entrar y que no insista. Me dio tanto sentimiento que hasta ahora me duele”. En ese momento, pensó que si ella fuera una competidora, nadie le negaría el ingreso. Así que no había otra opción que dedicarse a correr e inscribirse en las competencias para ingresar, sin obstáculos, a las pistas y compartir ese momento con sus hijos. A partir de este hecho, comenzó a entrenar. Ansiaba tener un número en su pecho, como cualquier atleta y llegar triunfante al Estadio. De hecho, no solo consiguió llegar a la meta, sino ubicarse entre las primeras.

El año pasado, ganó la medalla de oro en el Mundial Máster de Atletismo, realizado en Porto Alegre, Brasil. La deportista participó en la prueba de los 5 mil metros planos y registró un tiempo de 27’ 31’’. Con este tiempo ganó el primer lugar en su categoría. Adrián Almeida, atleta, admira su fortaleza física y su disciplina. “Cuando Teresita deja de correr por unos días, se enferma. Ella nació para correr”. Su última competencia fue la Ruta de las Iglesias, realizada el pasado mes de agosto de este año. Su tiempo fue de 1 h 10’. Aunque le sugirieron que no corriera, porque tenía una lesión en la rodilla, ella nunca desistió. Ha participado las 9 ediciones de esta carrera que tiene lugar en el Centro Histórico de Quito. Los organizadores —dice— ya la conocen y siempre le reservan un cupo. “Me saben llamar a la casa para avisarme que ya tengo guardado mi puesto. Son tan amables que ni me cobran la inscripción desde hace 9 años que empezó la carrera”.

Carlos Salcedo practica desde hace 15 años el atletismo, pero conoció a Teresita, en 2013. Solía observala mientras corría y su resistencia física lo motivó a mejorar su marca. Después de varios meses de saludar con ella en la pista de la Cruz del Papa, se enteró de que era la madre del fondista Silvio Guerra. “Es digna de admiración, porque ya mismo cumple 78 años y ni aparenta la edad que tiene. Pienso que, además, es un ejemplo para quienes corremos, porque si nosotros llegamos a esa edad tendremos la misma fortaleza y eso nos llena de entusiasmo”.

Verónica Burbano, aficionada al atletismo, siempre admiró la condición física de esta deportista que nació en Ibarra, en la provincia de Imbabura. “Cuando la vi por primera vez me di cuenta que no hay edad para alcanzar nuestros objetivos, nuestras metas. Yo podría ser su hija, pero ni de chiste puedo igualar su resistencia, a pesar de que entreno casi a diario. Solo el hecho de verla correr, ya me motiva, sobre todo, cuando la pereza me vence”.

Édgar Chanquchi la conoció cuando empezó a entrenar en el grupo de Silvio Guerra en 2006. “Es una señora alegre que ama el deporte. Cuando no corre, por algún tipo de lesión, viene a caminar, pero siempre está aquí en La Carolina”. Giovanna Guerra, la última de los 11 hijos, no corre a diario, pero confiesa que cuando hay competencias familiares, también les gana. “Tenemos la sangre de corredores”. Esta joven recuerda que cuando su madre le contó por primera vez que estaba dedicada a correr, no pudo ocultar su preocupación. Ella, al igual que sus otros hermanos, intentaron desanimarla,  porque sabían que este deporte es duro, sobre todo, para personas mayores. “No nos hizo caso, incluso ahora hay que estar atrás, atrás de mi mami, porque si fuera por ella se inscribe también en la maratón”.

Su primer entrenador fue Raúl Ricaurte, a quienes muchos llaman ‘Raulito’. Este entrenador ha completado 18 maratones y trabaja en el Liceo La Condamine desde hace 26 años. Raúl entrenó también a Silvio, Vilma y Vladimir. Sus hijos reconocen que gracias al empeño de su madre salieron adelante. Cuando vino a Quito con 3 de sus 11 hijos, hace más de 25 años, tuvo que dedicarse a lavar ropa ajena, planchar y a limpiar en diferentes casas para llevar el sustento a su hogar.

En aquella época alquilaban una ‘pieza’ en el sector de Toctiuco, al noroccidente de Quito. “Cuando llegué a la capital, decía: Diosito mío, cómo haré para vivir. Lo más lindo es trabajar honradamente en la vida”. Ahora tiene 16 nietos y todos son su adoración. Se enorgullece de tener una familia muy unida aunque 2 de sus hijos: Silvio y Liliam vivan en Estados Unidos, él en Virginia y ella en Colorado.

Cuando su hijo Silvio comenzó a ganar algunas competencias, a María Teresa le dieron un trabajo como conserje en la Escuela República de Argentina al sur de Quito. Hace algunos años, se jubiló y ahora se dedica, casi por entero al deporte. Cuenta que el médico les ha dicho a sus hijos que si la obligan a dejar de correr, de seguro, la matarán. “Siempre hay que hacerle caso al médico”, bromea.

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