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El Telégrafo
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Algunos debían caminar por horas para cumplir con su labor

Los maestros eran héroes en 1912

Foto: Roberto Chávez / El Telégrafo
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01 de febrero de 2015 - 00:00 - Pedro Reino Garcés, historiador/cronista oficial de Ambato

Este año de 1912 nos duele muy profundo debajito de su costra. La herida a la Patria se la hizo el domingo 28 de enero.  

La sangre de los Alfaro: de don Eloy, de su hermano Medardo y de su sobrino Flavio; la tinta que se hizo sangre del periodista Luciano Coral; la impotencia de los militares Manuel Serrano y Ulpiano Páez, la mutilación espantosa a Pedro J. Montero, en Guayaquil, ruedan a los pies de los fanáticos y ambiciosos de la miseria humana.

Eso fue una guerra civil cuyas consecuencias fueron a repercutir y a dejar asfixiados a los niños y a sus maestros que son los que hacen resucitar a los pueblos de entre las cenizas y de la sangre, para soñar en nuevos derroteros.

Don Víctor Manuel Garcés dirige una comunicación al Ministro de Instrucción Pública desde la Dirección de Estudios de Tungurahua, el 6 de junio de 1912, le dice:

“A fines de octubre del presente año escolar fui nombrado director de estudios de esta provincia, creí empezar bajo buenos auspicios, porque en esos días comenzaba también a regir el decreto legislativo de Descentralización  de las Rentas sobre Instrucción Pública. Mas la injustificable guerra civil que estalló el 28 de diciembre, y que produjo tan desastrosas como deplorables consecuencias, ocasionó también la suspensión del pago de los sueldos a los institutores (como se los llamaba a los profesores). A los de esta provincia se les llegó a deber más de 10 meses, y sin embargo, no hubo uno solo que abandonase el puesto, y, lo que es más, todos cumplieron su deber tan  estrictamente, como si hubiesen estado pagados al día. Hermosa prueba de patriotismo y abnegación que enaltece sobremanera al profesorado de Tungurahua, a pesar pues, de tan anormal situación, a mediados del año escolar. En el mes de marzo las escuelas de Ambato, Pelileo y Píllaro presentaron, con éxito generalmente satisfactorio, el examen privado que prescribe el Art. 19 del Decreto Legislativo de 30 de septiembre de 1910…”.

Para esa época, Ambato tenía 44 escuelas fiscales, municipales y 6 particulares. En Pelileo, 20 fiscales y municipales. En Píllaro 6 fiscales, una escuela municipal y una particular. Con esto demuestra la incipiente formación que se daba a la niñez de este apartado sector geográfico de la provincia.

Una disposición que era ley en ese tiempo, según el art. 45 de la Ley O. de I.P. indicaba: “El dueño de todo predio rural en que puedan reunirse 20 o más niños de los dependientes o jornaleros del predio, sostenga una escuela mixta de 3º.- clase para los alumnos.  

En esta provincia solo los señores doctores Filoteo y Reinaldo Samaniego, propietarios de la hacienda San Javier, sostienen desde antes la escuela de que habla ese artículo.

Previo el informe de las juntas inspectoras parroquiales, he oficiado ya a los demás hacendados que están en el mismo caso para que cumplan con la prescripción legal.”

¿Quién hacía caso a la ley? Esta provincia también tuvo sus haciendas, hacendados  agnados y cognados que siempre estuvieron y estarán vigentes en la administración pública de la provincia, hablando del “desarrollo y los adelantos” necesarios para sus intereses.  

Conviene entonces resaltar que la sensibilidad poética de los Samaniego y su experiencia de vida en Europa, operó sobre los niños patateños y pelileños.

Según se deja entrever del informe del Dr. Víctor Manuel Garcés, la preocupación de los padres por educar a sus hijos se sentía, a despecho, muchas veces de los impedimentos de los hacendados, o de sus limitados recursos.

Estos padres de familia se unían para pagar a un profesor que enseñe a leer y escribir a sus hijos. Para vergüenza del Estado, por falta de fondos se decía, muchas escuelas de caseríos se cerraron.

El Director de Estudios dice que hacen falta 90 escuelas, pero el Ministro de Instrucción Pública solo aprobó el funcionamiento de 47.

El informe reclama que a Pelileo le faltan 44, a Ambato 30 y a Píllaro 16. El Director de Estudios se alegra de algún modo explicando que desde el próximo octubre (1912) Tungurahua contará con 134 escuelas fiscales además de unas cuantas municipales y particulares.

¿Era muy caro mantener una escuela?  Para no quedarnos en el pasado, ¿cuánto cuesta fabricar escombros en las ciudades?

Una obra hecha con cemento que se resuelve va a ser remodelada por las brillantes ideas de nuestros elegidos (que se vuelven sagrados e intocables) sin contar con el costo anterior para edificarla.

Tiene que pagarse por nuevos estudios, jornaleros para su derrocamiento, costos de retiro de desperdicios y contaminación ambiental, y por la remodelación.

Pregunten si hay presupuesto para educación y cultura, a no ser que la confundan con propaganda de ‘imagen institucional’ en la que aparecen rodeados de sus musas.

El retraso en infraestructura educativa está ligado al retardo mental. En aquellos tiempos, las escuelas rurales sobre todo “son chozones faltos de solado, de luz, de aire y del menaje necesario”.
Muchas escuelas de los poblados funcionaban en locales arrendados. Recuérdese que esto pasaba hasta con nuestras universidades.

Pero eso sí, la defensa de la Patria y de sus caudillos era lo primero. “El edificio de la Escuela Nacional del centro de Ambato, ha sido y seguirá siendo el obligado cuartel de todo batallón que viene a esta ciudad, con motivo de que el edificio del antiguo cuartel está completamente arruinado”, indica el Director de Estudios.

LOS CAMBIOS EN LA EDUCACIÓN LOCAL VAN LENTAMENTE

¿De dónde venía el presupuesto para la educación en esos tiempos? Según un informe de 1891, para Tungurahua provenía del “Producto de remates de introducción de aguardientes para consumo, $ 7.862,40, y  $ 4.000 que se calcula que ofertará el ramo de destilación que suman $ 11.862. De esta hay que deducir $ 983,50 para el Lazareto… ”.

De esto, la tercera parte se destinaba para las escuelas de los Hermanos Cristianos ($ 3.000). Un profesor o institutor ganaba $ 144 mensuales. El doble en una escuela urbana. Al de la escuela de La Merced y al de Atocha le pagaban $ 240, lo mismo a 2 de Pelileo y a 2 en Píllaro. En la parroquia Tisaleo se registra un ‘Ayudante’ que ganaba $ 72. La educación funcionaba con un déficit de $ 401,10.

Qué triste historia depender del consumo de aguardiente para educar. En lo que hay que insistir es en que los hacendados de Tungurahua eran sus principales productores. Se destilaba aguardiente hasta en la hacienda de Querochaca que ahora pertenece a la UTA. Ironías del poder. Mientras el profesor que trabajaba a tiempo completo ganaba  $ 144, un “perito que examinaba las fábricas de destilación conseguía $ 100”.

En ninguna de estas listas de informes aparecen los nombres de los maestros que sostuvieron la Patria. ¡Cómo hace falta que alguna institución se preocupe realmente por el quehacer de sus soldados anónimos!

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