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El Telégrafo

China, megapotencia financiera

26 de abril de 2015

Contrariamente a lo que muchos piensan, China se halla aún lejos de representar un auténtico rival para Washington. En 2015, los EE.UU. siguen ejerciendo una indiscutible dominación hegemónica sobre el planeta. Tanto en el dominio militar (fundamental) como en varios otros sectores determinantes: en particular, el tecnológico (Internet) y el soft power (cultura de masas). Lo cual no significa que China no haya realizado prodigiosos avances en los últimos 30 años. Nunca en la historia, ningún país creció tanto en tan poco tiempo.

Sin embargo, el ‘Imperio del medio’ sigue siendo un Estado emergente, con gigantescas bolsas de pobreza en diversas zonas del interior, y con un Producto Interior Bruto por habitante (PIB/per capita, en 2013) de apenas 6 800 dólares, semejante al de, por ejemplo, Namibia, República Dominicana o Perú; muy inferior al de, por ejemplo, España (30 000 dólares), Francia (42 000) o EE.UU. (53 000). Pero su masa demográfica es tan enorme (casi 1 500 millones de habitantes) que su peso económico global está alcanzando niveles inauditos. De hecho, desde diciembre de 2014, en términos de poder adquisitivo global de su población, China es ya la primera potencia económica del planeta. Su economía representa el 16,5% de la economía mundial, frente al 16,3% de EE.UU. que ocupaban ese puesto de ‘primera potencia económica’ desde 1872.

Poco a poco, y a pesar de sus considerables flaquezas, Pekín se configura como la única potencia capaz de establecer, a medio plazo, una verdadera ‘rivalidad estratégica’ con Washington. El presidente Barack Obama no se equivoca cuando identifica a China como el país que podría disputarle a EE.UU.  -en la segunda mitad del siglo XXI-, su hegemonía planetaria.

En esa perspectiva, decidida a rivalizar con EE.UU. en un sector en el que estos aparecían como intocables, China acaba de abrir un nuevo frente: esta vez contra el poderío financiero norteamericano. Con la reciente creación del Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (AIIB, por sus siglas en inglés) -al que España adhirió el pasado 14 de abril-, Pekín aporta una nueva prueba de sus ambiciones.

Este Banco quiere rivalizar nada menos que con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM), o sea las dos principales instituciones financieras planetarias creadas bajo los auspicios de Washington al final de la Segunda guerra mundial en el marco de los Acuerdos de Bretton Woods  y controladas desde entonces por EE.UU. y el campo occidental. El AIIB competirá además con el Banco Asiático de Desarrollo (BASD, por sus siglas en inglés), creado en 1966, y muy controlado por Japón. Por eso, ni Tokio, ni Washington han adherido -por ahora- al AIIB aunque han fracasado rotundamente en su intento por disuadir a sus principales aliados de hacerlo.

El plazo impuesto por Pekín para ser ‘miembro fundador’ del AIIB se terminaba el pasado 31 de marzo. Y a esa fecha ya habían adherido unos 57 países, entre ellos los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), así como algunos de los principales socios de EE.UU. como Alemania, Reino Unido, Francia, Italia, Países Bajos, Australia, Corea del Sur, Israel, etc. Una enorme victoria diplomática de Pekín y un paso más en la vía para imponerse como potencia financiera mundial.

La creación del AIIB es asimismo la consecuencia de las críticas constantes contra el FMI , y que este organismo no ha sabido corregir. En particular en lo que concierne el voto. Como se sabe, para adoptar una decisión importante en el seno del FMI es necesario el 85% de los derechos de voto. Lo cual significa que EE.UU. (que dispone del 16,74% de los votos) posee en realidad un derecho de veto. La Unión Europea también, si todos sus miembros (que disponen, juntos, de más del 30% de los votos) se unen. Mientras que, por ejemplo, China solo tiene el 3,81% de los votos,  la India el 2,81% y Brasil el 2,50%.

Este sistema tan inequitativo de votación permite que el FMI sea, desde 1945, un ‘agente objetivo’ del capitalismo en su versión ultraliberal, partidario a ultranza de las privatizaciones, de los ‘ajustes estructurales’ (como el que se le impuso a América Latina y a África en los años 1980 y 1990, y que se le impone hoy a Grecia), de la desregulación financiera y de la desregulación del trabajo. Bajo pretexto de ‘lucha contra la corrupción’ y ‘de promoción de la moralidad financiera’, el BM y el FMI (cuyos dos precedentes Directores generales fueron Rodrigo Rato y Dominique Strauss-Kahn) se niegan a favorecer las inversiones para el desarrollo de infraestructuras de los países emergentes.

En el AIIB ningún Estado, ni siquiera China, tendrá derecho de veto. Por vez primera, en un proyecto financiero de esta envergadura, las grandes potencias occidentales solo dispondrán de un rol secundario. Mientras que el papel de los actores regionales será determinante.

El AIIB surge también, en el marco de una arquitectura financiera mundial alternativa, como una pieza que se añade al Banco de Desarrollo de China (creado en Pekín en 1994) y que le acaba de prestar 3 500 millones de dólares a la empresa estatal brasileña Petrobras, muy afectada por la baja de los precios del petróleo y por un enorme escándalo de corrupción . Y al Nuevo Banco de Desarrollo BRICS (New Development Bank BRICS, NDB BRICS), creado el 15 de julio de 2014 con ocasión de la VI cumbre de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica) que tuvo lugar en Fortaleza (Brasil). La sede del NDB BRICS está -no podía ser de otra manera- en Shanghái (China) y su capital inicial es de 100 mil millones de dólares. Sus principales objetivos son: favorecer una mayor cooperación financiera y fomentar un mejor desarrollo de los Estados emergentes. O sea, los objetivos del Banco Mundial. Otro de sus propósitos, reivindicado por Pekín, es reducir la dependencia de estos Estados con respecto a los bancos crediticios occidentales y al dólar.

La batalla de la moneda es otro aspecto de la ofensiva china por la hegemonía mundial. De tal modo que, por ejemplo, todos los financiamientos realizados por el Banco AIIB este año, a altura de 50 mil millones de dólares, lo son en yuanes chinos. Las reservas de Pekín en divisas extranjeras ascienden a 3 billones 700 mil millones de dólares... Pero las fluctuaciones del ‘billete verde’ estadounidense y las flaquezas del euro hacen que China desee disponer de su propia divisa, y quiera imponerla como divisa internacional. Más de un millar de bancos en unos 85 países utilizan ya el yuan en sus transferencias. En África, el yuan es, desde hace tiempo, un instrumento fundamental de la política china de inversiones. Nigeria, Ghana, Zimbabwe y Sudáfrica, por ejemplo, son algunos de los países que han adoptado el «billete rojo» como moneda de pago internacional y de reserva. El volumen de los intercambios comerciales de Pekín con los países africanos alcanzó, en 2014, unos 200 mil millones de dólares, o sea más del doble de los intercambios de África con EE.UU.

Con América Latina también se han incrementado de manera espectacular los intercambios comerciales (entre 2000 y 2013, se multiplicaron por 22). En 2013, el volumen comercial total China-América Latina alcanzó los 275 mil millones de dólares. Y se estima que esta cifra se duplicará al finalizar esta década. En los próximos diez años, China invertirá 250 mil millones de dólares en América Latina, anunció el presidente  Xi Jinping, en enero pasado en Pekín, durante el primer Foro Ministerial entre China y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac).

Las cifras de los créditos chinos a América Latina son menos destacadas, pero también reflejan la inaudita expansión de la potencia financiera asiática y sus intereses prioritarios en petróleo, minerales y productos agrícolas. De 2005 a 2014, esos créditos sumaron 119 mil millones de dólares. Y de ese total, casi la mitad (56 300 millones de dólares) se concedió a Venezuela, que posee las mayores reservas de hidrocarburos del mundo. Le siguen Brasil y Argentina, grandes exportadores de soja, con 22 000 y 19 000 millones de dólares, respectivamente .

Desde el inicio del siglo XXI, China aumenta sus inversiones directas en el exterior, alcanzando una media de 200 mil millones de dólares al año. Su potencia de fuego inversionista sigue siendo menor que la de EE.UU. (367 mil millones de dólares en 2012), pero ya le está empezando a morder los talones. Con cierto ‘pánico estratégico’, Washington ve acercarse la hora en que China se impondrá también como megapotencia financiera.  (O)

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