Vivimos bajo la constante amenaza de ser golpeados por un objeto celeste, pero que sea tan grande como para causar un cataclismo irreversible para nuestra civilización, es una posibilidad en un millón. Por lo pronto ya existe una enorme red de grandes observatorios y de astrónomos aficionados que cada noche escudriñan el cielo en busca de amenazas.

Así se ha logrado detectar varias en los últimos años. Pero advertir con tiempo la llegada de un asteroide es una cosa, y evitar que nos choque es otra muy distinta. Ya se han pensado diversas maneras de destruir la amenaza o evitarla. Las propuestas van desde lanzarles bombas atómicas como en la película Armagedón, partirlo con rayos láser usando la energía solar, o la más racional y técnicamente posible hoy: desviarlo de su trayectoria. Hay varias ideas sobre esto. Una consiste en estrellar sobre su superficie una pequeña sonda, con fuerza suficiente para cambiarle el rumbo.

Otra implica el uso de una pequeña nave espacial que le lanzaría un plasma de iones para desviarlo cada día un poco, y finalmente obligarlo a pasar a una distancia prudencial de la Tierra.  Otra idea es ‘atar’ al asteroide una vela solar, una superficie ligera que al captar los fotones solares funciona como la vela de un barco y llevaría el asteroide hacia donde se la oriente. Las posibilidades son remotas, pero la humanidad no quiere jugar a los dados y esperar a ver lo que le depare el caótico universo en que vive.