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Adrián Balseca, un artista visual "infiltrado" en el cine documental

Balseca ha recibido el Premio Nuevo Mariano Aguilera 2014-2015  y el Premio Paris, en la XII Bienal de Cuenca.
Balseca ha recibido el Premio Nuevo Mariano Aguilera 2014-2015 y el Premio Paris, en la XII Bienal de Cuenca.
Foto: Carina Acosta / El Telégrafo
30 de mayo de 2016 - 00:00 - Fausto Rivera Yánez

Con cada nueva promesa económica   que el Ecuador vivió a lo largo de su historia republicana, también surgió un nuevo símbolo que materializaba el anhelo de un país por salir de la pobreza y del “subdesarrollo”. El cacao, el banano, el ferrocarril, el petróleo, las flores o las carreteras se han convertido a lo largo de los siglos XX y XXI en el sello de identidad de una nación que ansiaba insertarse en la modernidad capitalista y superar su modelo de producción primario agroexportador.

En El Cóndor pasa, cortometraje documental de Adrián Balseca (Quito, 1989) que se presentó en la XV edición de los EDOC, es un auto, el Cóndor GT, el que representa una época política y económica del Ecuador de la que se esperaba lo mejor, pero que decantó en lo que se conoció como la década perdida.

El Cóndor fue un automóvil que apareció entre la transición de la dictadura militar  y el retorno a la democracia, cuando el boom petrolero estaba por tocar fondo. Balseca regresa a ese periodo para, además de rendirle homenaje a ese desaparecido carro que se convirtió en una suerte de emblema de la industria automotriz nacional, revelar las limitaciones y el agotamiento de un modelo basado en recursos fósiles.

Este trabajo es parte de una investigación anterior de Balseca. En la Bienal de Cuenca de 2014, los curadores Manuela Moscoso y Jacopo Crivelli le comisionaron una obra y el artista presentó Medio Camino,  en el que el protagonista es otro automóvil, el Andino Miura, que a diferencia del Cóndor era símbolo de la emergencia del  boom y de la dictadura de Guillermo Rodríguez Lara. Además, el Andino fue el primer auto ensamblado en el Ecuador mientras que el Cóndor fue el último que se ensambló con un fuerte contenido nacionalista.

“Lo que me interesa mostrar es cómo esa euforia, esa efervescencia de una economía falsa que fue la de los setenta con el boom petrolero, termina en picada, en caída, cuando damos el paso hacia la democracia y entramos de vuelco a un modelo desorganizado que acabó con el surgimiento del neoliberalismo en los noventa. Y la parte matérica de los autos de la industria local resume muy bien ese periodo: el Andino como el primer auto ensamblado aquí y que fue muy criticado porque a nivel estético era muy básico, pero que era necesario porque había que darle un imaginario al oleoducto, al barril y se requería de un auto circulante. En cambio el Cóndor era un orgullo nacional, un auto de carreras,  que se volvió icónico por esa famosa vuelta que dio por todo el país. La gente que de alguna manera sentía vergüenza por el Andino ya no sentía por el Cóndor, pues era como nuestra ave patria, un emblema nacional”, comenta Balseca.

El Cóndor pasa nació en 2014, cuando Balseca escribió el proyecto y su trabajo fue comisionado por la Fundación CIFO (Cisneros Fontanals Art Foundation) al ser una de las obras ganadoras en la categoría Artista Emergente. Balseca se hizo acreedor del Programa de Becas y Comisiones que otorga la fundación anualmente desde 2004 y su obra en video fue presentada en septiembre  de 2015, en Miami, en la muestra Intersecciones (después de Lautréamont), donde expusieron 9 artistas contemporáneos de América Latina.

El cortometraje dura 9 minutos, y en estos el Cóndor aparece en primer plano y en distintas posiciones. El video se desarrolla en una mina cercana a la parroquia San Antonio de Pichincha, donde ‒según Balseca‒ se condensan el imaginario prehispánico (ya que allí se encuentra Catequilla, sitio arqueológico preincaico que funcionó como observatorio astronómico) y la noción de Estado-Nación, pues el científico francés Charles Marie de La Condamine hizo sus investigaciones donde está el monumento (Mitad del Mundo) que nos da el nombre de Ecuador.

“Cuando fui a ese sitio encontré  las secuelas de un temblor que hubo en 2014. En ese entonces se construía la carretera que conecta el aeropuerto con la Mitad del Mundo  y la empresa china que operaba la edificación de un puente tuvo trabajadores fallecidos por el temblor. Además de que se detuvo un poco el proceso de ese puente, hubo un accidente en las canteras ilegales aledañas que revelaban una realidad: en toda la zona de esta montaña sagrada que es Catequilla había una práctica de minería ilegal, para extraer piedrillas y hacer cemento. Y lo que hice fue eso: filmar el auto en estos contextos de minería ilegal, en esta área que simbólicamente es muy importante”, relata Balseca.

A diferencia de Medio Camino, en el que el Andino Miura hace un recorrido de Quito a Cuenca por la carretera Panamericana con el tanque de gasolina amarrado a la parrilla, remolcado por Balseca y la gente que le echa una mano, en El Cóndor pasa la locación es una sola y el automóvil aparece estático y en el centro de cada plano, hasta que es arrojado desde lo alto de una ladera y luego sus restos son recogidos por un trabajador de la zona.

“Quizás Medio Camino tenía un espíritu más romántico, de las personas ayudándome a trasladar un auto que no funcionaba más —dice Balseca—. Con el Cóndor la intención era destruir un símbolo patrio, el ave nacional, que sea su último vuelo en caída. Pero el gesto más importante, y creo que es el plano más largo, es el de la recolección de los restos del auto, que en realidad tienen que ver con una microeconomía llamada chatarrización. El recolector con el trabajo me ayuda un poco a restaurar el paisaje y a mostrar un cierto humor de una economía, llámala carroñera, que también vive de lo que fue esa industria local, ese pasado petrolero”.

Adrián Balseca es un artista visual y plástico que se siente “infiltrado” en el lenguaje documental y más identificado con la generación de cineastas que con la de artistas contemporáneos. Su obra, que no tiene visos morales sino ideas abiertas, es una invitación para interpelar la historia desde las fallas de la modernidad, que no dejan de actualizarse: “No hay cambio de la matriz productiva, esa es la gran pantomima actual. El tema del cambio de la matriz energética y productiva, que suena a una especie de contemporanización de discursos, ya lo vivimos y construye un nuevo imaginario que también es falso”. (I)

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