La consabida costumbre del marinero, que en su día libre se va a remar y a mirar el mar, calza perfectamente en mi caso. Después de una jornada completa de lidiar con informes, tesis, exámenes y papeles similares, llego a mi casa y me pongo a leer. Pero no se trata de cometer un acto masoquista ni de que sea lo que los gringos llaman ‘workaholic’ (adicto al trabajo). Del ambiente adusto de la oficina (a pesar de la espectacular vista al Sur de Quito), con frases repetitivas y cifras alarmantes, paso al refrescante oasis de la Literatura, con sentencias originales y metáforas atrevidas.

Mientras la lectura obligatoria es a veces estresante, leer por placer es relajante. Pero hay algo más. Los problemas laborales, por graves que sean, se resuelven de manera rutinaria; en cambio, los problemas literarios exigen soluciones creativas. Y es en la creación donde el ser humano alcanza la plenitud de su existencia.

Muchos libros han marcado mi vida. Los primeros fueron obsequios de mis padres. Leí la colección completa de Emilio Salgari, con bellas ilustraciones incluidas, en el parque de la Carolina en mi niñez. En ese momento o quizá en mi imaginación, el parque no tenía fin: la avenida República terminaba en la Amazonas y aún no había ese exacerbado consumismo de los malls a su alrededor. Con la misma pasión he disfrutado los libros que me obsequiaron en mi último cumpleaños los notables escritores Abdón Ubidia y Luis Zúñiga, “El marino que perdió la gracia del mar” del japonés Yukio Mishima, y las “Sirenas de Bagdad” de Yasmina Khadra respectivamente. Entre las aventuras de los intrépidos marinos anti colonialistas comandados por Sandokán y el día de hoy, he leído abundante literatura y narrativa. Me resultan inolvidables “Cien años de Soledad” de Gabriel García Márquez, muchos cuentos de Jorge Luis Borges, “Bomarzo” de Manuel Mujica Láinez y “Ensayo sobre la ceguera” de José Saramago.

En Ecuador, la literatura, como sucede en muchas partes, va más adelante que las ciencias sociales. En la literatura ecuatoriana, aparte de “Don Goyo”, hay muchos ejemplos en los que se refleja el tema ambiental y natural como entorno y paisaje de las historias que se narran, y que han definido mi vida, comenzando por la misma “Cumandá”, de Juan León Mera. A partir de los años 30: “A la costa”, de Luis A. Martínez; gran parte de las obras de José de la Cuadra, que tienen de fondo el paisaje del montuvio (con v chica); “Jaguar”, de Demetrio Aguilera Malta; “El éxodo de Yangana”, de Ángel Felicísimo Rojas; “Huacay-ñán”, de Enrique Terán; “Juyungo”, de Adalberto Ortiz. En la época actual, hay libros de poesía como “Tatuaje de selva”, de María Fernanda Espinosa, y novelistas como Luis Zúñiga (“Rayo”), que recuperan el argumento de la naturaleza “salvaje” y el mundo indígena amazónico.

Entonces, mis libros favoritos se convierten en mis temas preferidos, y obviamente estos temas navegan junto con la gran creatividad, estilo, pulso social de muchísimos autores, testigos de su época.