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El muchacho persa- Mary Renault

El muchacho persa- Mary Renault
18 de abril de 2014 - 00:00 - Diego Falconí

Escoger el libro que me ha cambiado la vida plantea una trampa. Creo que aquello que lo cambia a uno es el acto de leer, de poner en movimiento al texto, y no el objeto material per se. Digo esto no por parecer rebuscado sino porque haciendo memoria, en mi caso pudieron haber sido dos libros los que, leídos al mismo tiempo, cambiaron mi vida. Cien años de Soledad (de un autor que no necesita presentación) y El muchacho persa (que penosamente y casi siempre requiere la  presentación de su autora, Mary Renault) fueron mis lecturas simultáneas hace 15 años.

Era la tercera vez (de un total de siete veces) que leía el libro del de Aracataca y la primera ocasión que entraba en el universo histórico erótico narrado por Renault. La primera vez que leí la historia de Macondo tenía 16 años y recuerdo haberme cuasi-hiperventilado: al llegar a la última página del libro y ver que se resolvía (a velocidades tan reales como supersónicas) la trama de los Buendía, sentí que no podía continuar pues quizá con el punto final terminaría mi propia historia. En esa, la tercera vez, lo leía porque encontré en él un refugio. Estaba en Cuenca, con un amigo que pasó todo el viaje, que duró una semana, con su novia y me dejó hablando conmigo mismo. En el hostal me encontré con Cien años de soledad que tanto me gustaba y que sabía no me mataría nunca. Como lo tenía bien controlado decidí, además, que podía, bígamamente, leer otra novela. Con las diez primeras páginas de El muchacho persa (texto que me recomendó un amigovio) me cuasi-hiperventilé porque la historia de Bagoas era metafóricamente mi historia. Y luego a la mitad del libro, mientras pensaba que no tendría más sobresaltos, me enamoré de Alejandro Magno. Cuando él estaba a punto de morir (una muerte que también ya estaba anunciada) lloré amargamente porque sentí que, yo también, estaba enamorado del nunca (y siempre) vencido.


Muchas veces confundo ambos (y otros) libros. Hay personajes, diálogos, tiempos que se intercambian en mi memoria y que quiero que relaten mi propia historia. Confieso que he leído pocos libros (sobre todo si se considera mi profesión). Sin embargo los que me gustan los leo compulsivamente (no sé cuantas veces he leído el texto de Renault) porque me retrotraen a esas épocas de profundos descubrimientos donde uno constata que el cuerpo no es del todo controlable. A diferencia de los amigos que van y vienen, las lecturas se quedan. Doy fe de que ciertas lecturas han contado siempre conmigo. 

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