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Entrevista / juan garcía salazar / investigador e historiador

El Buen Vivir y el Estar Bien Colectivo, caminos hacia la plenitud

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Juan García Salazar nació en un pequeño pueblo que ya no existe, llamado El Cuerval. Es un historiador e investigador esmeraldeño reconocido a nivel nacional, quien se autodefine como el ‘obrero del proceso afroecuatoriano’. Conversa sobre las raíces, tradiciones y expectativas del afroecuatoriano desde una perspectiva histórica-literaria.

“Recuerdo de mi niñez a personas importantes, como mi abuela Débora Nazareno, descendiente de los esclavizados de Nyahbinghi, negra pura, ella trabajaba la caña. A mi padre, un español, a quien lo recuerdo alto y blanco. Él llegó con los ingleses en el año 36 buscando aventura y oro. Ellos siempre discutían sobre el tema de la raza. Mi abuela siempre estaba enseñando. Ella le decía a mi padre: ‘Deje que le enseñe a mi nieto las cosas de mi ser, de mi persona, porque cuando se vaya de esta casa nadie le va a hablar de lo que es él’. Y eso fue una gran verdad porque he recorrido toda una vida y nunca encontré una enseñanza sobre yo mismo”. Su abuela Débora Nazareno le enseñó la filosofía y los valores del pueblo afro, basados en el bienestar colectivo y la convivencia armónica.

¿Esa filosofía sería el mejor ejemplo de lo que llamamos el Buen Vivir?  

Sí. En nuestra cultura, después de haber escuchado todo esto y explorado un poco, creo que lo que ahora se conoce como el Buen Vivir para nosotros es el Estar Bien en Colectivo, que tiene que ver con una herencia de la esclavitud. Es decir, que no se podía construir cosas personales ni familiares, sino que había que construir cosas colectivas. Cuando los mayores hablan de la montaña madre o ‘madre de Dios’, de lo que la montaña madre da, siempre dicen “coge solo lo que cabe en las dos manos”. Entonces, hemos entendido que el Buen Vivir y el Estar Bien Colectivo es lo mismo, son dos visiones de dos pueblos que piensan en lo mismo. Nadie sacaba de la madre naturaleza más de lo que necesitaba para el día y por eso se le llamaba madre de Dios.

¿Qué es el Estar Bien Colectivo?       

El Estar Bien Colectivo era algo que se basaba en el manejo racional. Era colectivo, por lo tanto, yo no podía coger más que mi hermano porque él también necesitaba. Era muy duro que a una familia le digan que era ‘cosaria’, esta palabra es una deformación de la palabra acosar. Entonces la persona que cogía 10 cangrejos, más de lo que necesitaba, pasaba a ser una familia cosaria. Es decir, era una familia que acosaba el recurso y esa era una palabra peyorativa, por lo tanto, nadie quería ser cosario. Solo se debía tomar lo que alcance en las dos manos, porque se decía que con eso se llenaba la barriga.  

¿En qué consiste la tradición de ‘dar tierra’?              

A mis 18 años, mi abuelo Cerón Salazar vino y estaba muy enfermo. En aquella época había la tradición que consistía en que los ancianos y las ancianas miraban entre los miembros de toda su familia a una persona, que no era cualquiera, para señalarlo a ‘dar tierra’. Eso significaba que la persona elegida no debía desprenderse de la región, ni abrirse de la familia, porque cuando el anciano o anciana se ponía mal tenía que vigilarlo hasta darle tierra.

Cuando se le ponía en el fondo de la tierra, se quedaba libre del compromiso. Yo fui el escogido por mi abuelo para darle tierra y tuve que cuidarlo hasta que vivió por más de 100 años.  Mi abuelo me transmitió durante todos esos años muchos saberes culturales y yo asumí el deseo de saber más después de su muerte, y desde entonces me he dedicado por casi 40 años a realizar este gran inventario de cuentos, leyendas y mitos. Fuimos por todas las comunidades pequeñitas entrevistando a ancianos, ancianas, parteras, magos, curanderos y personajes. Es así como se hizo este gran proyecto de la memoria que sigo trabajando hasta el día de hoy.

¿Cómo se define Juan García racialmente?               

Soy un afroecuatoriano. Creo que en este país las dicotomías étnicas no se definen sino por el fenotipo. Mi abuela me dijo alguna vez: “Es más lo que te va a doler la mitad de negro que llevas, que lo que te va a aliviar la mitad de blanco que llevas”, eso ha sido verdad. Si en algún momento se me ha cerrado la puerta, es porque se me ha juzgado por la mitad de lo negro que llevo y no se me ha dado ningún favor por la mitad de lo blanco que llevo.

Entonces yo mismo no renuncio a mi mitad porque soy el producto de esta dicotomía. Culturalmente soy un afro, porque creo que la pertenencia del ser africano siempre va a estar ahí. Pero también tenemos otro aporte. Hemos tomado de los chachis, los awá, los épera, etc. Por eso el anexo ecuatoriano está bien empleado.

¿Cómo se definiría al afroecuatoriano?

El pueblo afroecuatoriano es el que más nos ha enseñado sobre el perdón, pero la sociedad dominante no lo ha podido ver. Muchos dicen, cómo este pueblo puede ser tan afectuoso con el pueblo dominante, blanco, mestizo, cuando hasta 1857 todavía se nos vendía como objetos. Sin embargo, se perdonó todo y es una pena que la sociedad ecuatoriana no lo haya entendido. Los abuelos siempre han dicho que nos debíamos autorreparar de la esclavitud, del maltrato, de las separaciones, que nadie más lo haría por nosotros; y los territorios, lejos de la modernidad, fueron el espacio para la autorreparación. Dentro de esta autorreparación está el perdón. Todos estos temas definen al afro, pero siempre como colectivo.

¿De dónde nace esa sonrisa y optimismo?

Usted va a cualquier comunidad negra y está abierta, la gente le ofrece lo mejor que tiene y uno diría que no hay rencor. Creo que la alegría es parte de la autorreparación. Alguna vez una mujer me dijo: “La alegría se busca en la vida”; y eso es verdad, porque la alegría se busca en la música, el baile y en no pedirle mucho a la vida. Pero el afro no es alegre por naturaleza, sino que es optimista por naturaleza. Porque después de tantos dolores, racismo y maltrato, mal haríamos en ser alegres, sería un contrasentido. Somos optimistas, persistentes y también alegres porque es parte de la autorreparación, que es parte del ser afroecuatoriano. (I)

POEMA

Juan García

Juan es uno de aquellos que todavía sangran
y que de veras toman
la sangre muy a pecho,
tanto que me parece
que si no hubiera sido el negro que es,
de algún modo,
algún día,
él mismo
desde él mismo se habría regresado.
Este Juan, no conforme
con ir (cuan largo es) por su propia negrura,
suele también andar por el pellejo ajeno
siguiendo en los demás el mismo rastro.
Alguna vez le dio
por husmear palmo a palmo en mis alrededores
buscando las pisadas de un esclavo
que hizo la hazaña de fundar un reino.
Yo le dije que no,
que no era por mi lado,
que mi modo de ser,
que mis ideas,
que en mi pobre cabeza
quedaría muy grande una corona,
que entre tantos aprietos del presente,
por cierto, no cabría
la majestuosidad de ese pasado.
Pero él rebuscaba
debajo de las letras de mi nombre,
detrás de cada uno de mis pasos,
hasta que supo
que, aparte de ser yo
uno más entre todos los amos y señores
de aquella irreductible parcelita de orgullo,
nada tan solo mío
de modo alguno se ajustaba al caso.
Transeúnte,
andariego,
desaparece como por encanto,
y cuando vuelve viene rebosante
de la sabiduría de la gente sencilla,
lunas silvestres
y soles que se le han emparentado;
y sobre la cabeza bullidora,
perpetua soñadora,
trae cada vez más nidos de pájaros.
A un hombre como él,
así de espejo para tantos rostros,
y así de Juan,
de nombre hace tiempo visible
a la cabeza de tanto anonimato;
a un García en verdad singular,
tan así de plural,
tan compartido
en una muchedumbre de otros apellidos;
a alguien así de hormiga tan sencilla
que nunca quiera creerse
el camino ya andado,
a un ser así por fuerza se le escribe
más de lo que se puede decir con las palabras:
hace mucho no sé por dónde anda,
atareado en qué pieles
intentando senderos,
perdido en qué negrores palpita,
y sin embargo,
por su repleto corazón, espero
que haya ido dejando latidos desgranados
que su sombra todavía no haya recogido,
y que, por ese olvido,
lo reencuentre este abrazo. (I)

Antonio Preciado
Del libro Jututo: Algunos de los míos (1996)

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