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El Telégrafo

Acampar en el Quilotoa

Acampar en el Quilotoa
03 de agosto de 2014 - 00:00

Con unos amigos quiteños y con 2 parejas de viajeros canadienses y venezolanos que se hospedaban en aquellos días en mi casa, decidimos ir a conocer esta maravillosa laguna de la que muchos nos hablaron aunque no todos la conocen: la laguna de Quilotoa.

Salimos el sábado temprano con un sol estupendo. Saltamos en el trole ya lleno, cargados con nuestras mochilas y con nuestras carpas. Destino: el terminal terrestre de Quitumbe. Entusiasmados, nos sentamos en el bus para poder ver mejor el Cotopaxi mientras viajamos en la Panamericana. Sin éxito… $ 1,5 y una hora y media después, llegamos a Latacunga.

En el mapa, la laguna del Quilotoa queda cerca de esta ciudad. En realidad, tomamos otro bus para un trayecto de 2 horas y media más. Si uno tiene suerte, puede encontrar un bus directo de Latacunga hasta la laguna. Si no, la otra opción es tomar un bus hasta Zumbagua ($ 1,50) y de ahí subirse a una camioneta hasta el Quilotoa ($ 0,50).

Contemplándola desde lo alto del cráter, la belleza de la laguna nos cortó el aliento. Por un momento nos quedamos observándola antes de ir a buscar nuestro almuerzo. Detrás del mercado artesanal encontramos unas carpas donde se vendían morochos, choclo y empanadas de queso. Almorzamos mirando el partido de vóley que se jugaba al lado y conversamos con los habitantes del pueblo. Cuando les comentamos nuestra intención de acampar en el cráter, la gente nos enseñó una pila de leña para que pudiéramos hacer fuego.

Cargados de nuestra leña, empezamos con entusiasmo la bajada en el cráter. Al llegar al mirador, abajo, decidimos montar las carpas. La vista era espectacular y, de común acuerdo, decidimos dormir allí. Bajamos hasta las orillas de la laguna para contemplar el agua hirviendo y las burbujas que salían de las rocas rojas con un ruido suave. Con el atardecer llegó la neblina que cubrió la laguna, creando una atmósfera mágica.

Poco a poco los turistas volvieron a subir. Nos quedamos alrededor de la fogata compartiendo historias. Llevamos instrumentos para tocar pero nadie quiso perturbar la magia del silencio. Nos abrigamos bien y nos dormimos.

Anne- Laure Bouchet - Francesa y viajera apasionada

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