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Ryuhei Kobayashi dejará Guayaquil pero no la música (Video)

El reconocido guitarrista clásico Ryuhei Kobayasahi tiene una gata llamada ‘Ame’, cuyo nombre significa “lluvia” en japonés. Foto: José Morán.
El reconocido guitarrista clásico Ryuhei Kobayasahi tiene una gata llamada ‘Ame’, cuyo nombre significa “lluvia” en japonés. Foto: José Morán.
27 de agosto de 2014 - 00:00 - Redacción Guayaquil

Los 36 años que el guitarrista clásico Ryuhei Kobayashi (Tokio, 1953) lleva viviendo en Guayaquil han dejado su marca en la decoración de su apartamento. En la sala donde nos recibe no hay nada que revele el origen de su dueño, ni mesitas bajas, ni zafutones (cojines), ni tampoco puertas que se deslicen para abrirse. Tan solo el usual juego de comedor y los sofás, que más guayaquileños no pueden ser. Nos sentamos y esperamos a que Ryuhei se cambie el traje -’por uno de concierto’-, como le aconsejó, el fotógrafo de este Diario.

Regresa vestido con una camisa azul índigo y trae la guitarra, que ha sido su compañera desde la adolescencia, cuando descubrió que el sonido de esta le gustaba más que el del piano. Aunque desde que salió de Japón, a los 18 años, para estudiar guitarra en España, no volvió a vivir nunca más en su país; sin embargo, hay costumbres niponas muy arraigadas que aún conserva. Entre ellas, tener un gato como mascota (la de Ryuhei se llama Ame (lluvia en japonés) o la cinta roja que, a veces, se ata a su cabeza.

¿Qué significa esta cinta?

Ah, la bandana, es una cinta que usamos cuando estamos en un momento de mucha energía, actúa como estimulante, el color rojo es porque es el símbolo de Japón. Pero la bandana no solo se usa en Japón, también se la utiliza en países asiáticos.

¿Cómo llegó usted a Guayaquil?

Bueno yo vivía en España, en Santiago de Compostela específicamente, desde los 18 años cuando llegué a esa ciudad para estudiar guitarra española. En 1977, conocí a Beatriz Parra, en ese tiempo era rectora del Conservatorio Antonio Neumane, que había ido a Santiago de Compostela para tomar un curso muy famoso de interpretación de música española. Hicimos amistad y luego me escribió, invitándome a venir para dar clases de guitarra clásica, en el Conservatorio. Eso fue en 1978.

¿Cuál su primera impresión?

Mi primer recuerdo de Guayaquil es el de una ciudad chiquita y muy sucia. Desde que llegué viví siempre por el Malecón que era la casa de muchos indigentes, que por la tarde se bañaban en el río y por la noche hacían fogatas, que se veían en toda la línea costera. Con los años, realmente he visto cambiar para bien esta ciudad.

Sin embargo, me agradó mi trabajo, donde todo estaba por hacerse y yo quería hacer algo. Me di cuenta de que aquí había mucho talento. Por ejemplo, Julio Almeida, uno de mis primeros alumnos, que ahora vive en Alemania, era un chico muy talentoso. La guitarra es algo que identifica a esta cultura y es un instrumento que está al alcance de todos, lo que no se podría decir del piano, porque no cualquiera puede tocarlo y no todo el mundo tiene un piano en su casa. En cambio, la guitarra cualquiera puede tocarla y poseer una. No es elitista. A partir de ahí, mi trabajo era bonito.

¿Imaginó que se quedaría casi 40 años viviendo en Ecuador?

Bueno no sé, en ese tiempo no pensaba nada de eso, solo que me gustaba enseñar y que mi cátedra en el Conservatorio iba creciendo y esa era mi satisfacción. Así que los años se me fueron sin pensar.

¿Va a Japón seguido, ¿qué familiares en su país?

Tengo hermanos y sí, cada cierto tiempo regreso a Japón, casualmente en noviembre pasado estuve allá.

¿Quiere hablarme de su enfermedad?

Sí, en 2012 me descubrieron un cáncer linfático que felizmente ya está curado. Cuando recién me diagnosticaron tuve una temporada dramática, a tal punto que, por primera vez, visualicé mi muerte... una cosa que para mí era tan lejana. Estuve tan cerca de morir porque el linfoma se propaga rápido. Felizmente me lo descubrieron a tiempo... porque lo terrible del cáncer que no sientes nada. Aunque teóricamente había leído, pero cuando te toca a ti es terrible. Cuando me lo detectaron, mucha gente me aconsejó que no me tratara aquí sino en Japón, pero eso me hubiera llevado mucho tiempo, así que decidí tratarme aquí y luego cuando finalicé el tratamiento, fui allá y coincidieron que estaba curado.

¿Sigue enseñando?

Bueno, en realidad, estoy terminando mi carrera como docente porque quiero empezar otra vida. Del Conservatorio Antonio Neumane, donde trabajé casi 30 años, renuncié en 2010. Del Rimsky Korsakov, en 2012, a raíz de la muerte de Reynaldo Cañizárez, su director. Y en este año terminé mi contrato con la Universidad Espíritu Santo. El impacto de mi enfermedad me hizo ver que no hay que dejar proyectos relegados.

¿A qué se dedicará ahora?

Justamente el proyecto que tengo es parte de la nueva vida que voy a empezar. El año próximo me iré a vivir en Punta Barandúa. Actualmente tengo una casa ahí, solo que ahora la voy a reconstruir a mi gusto y tener un huerto ecológico. Un nuevo comienzo que incluirá la búsqueda de nuevos talentos allá en la península, igual como cuando recién llegué a Guayaquil en 1978, solo que con más calma. También estoy trabajando en mis transcripciones de música clásica para luego grabarlas, tengo siquiera unas cien obras inconclusas. Eso incluye creaciones mías de diferentes estilos. Estas obras las quiero publicar, porque hasta la fecha solo he publicado dos libros con mis obras.

¿Santana o Di Blasio?

Para mí, Juan Sebastián Bach.

¿Seco de gallina o sushi?

Disfruto de todo un poco. Hace poco estuve comiendo comida coreana muy buena.

De los restaurantes de comida japonesa que hay en Guayaquil, ¿cuál recomendaría?

Eso es difícil, la gastronomía japonesa incluye ingredientes muy caros. Por ejemplo, hay una comida, el kaiseki, que incluye como siete platos desde entradas, ensaladas, sopa de miso. En Japón, un plato de tempura fácilmente puede costar casi 200 dólares. Pero acá se puede conseguir una variante norteamericana de comida japonesa, que es aceptable.

¿Cuando usted llegó le resultó fácil adaptarse a la comida?

Bueno yo soy cocinero y me defendía, además de la comida ecuatoriana hago variantes. Me gusta, por ejemplo, la fritada, que la cocino un poco más sana o la cazuela. La comida al igual que la música es algo muy profundo.

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